Entre el océano y las constelaciones
Por Mariam Ludim Rosa Vélez
mariamludim@uprm.edu
PRENSA RUM

viernes, 18 de enero de 2008

Si no conozco una cosa, la investigaré.
Louis Pasteur

El doctor Juan Gerardo González Lagoa.
Cuando era niño observaba las estrellas en un campo abierto del barrio Río Hondo de Mayagüez. Allí no había luz eléctrica y el cielo lucía inmenso. Su mamá le hablaba de la Constelación de Orión. Eran aquellas luces brillantes que tomaban la forma de los Tres Reyes Magos y le decían desde la distancia "pórtate bien".

Desde entonces le apasionaron los misterios de los cuerpos celestes. Fue así que desde su temprana niñez, en la década de los treinta, Juan Gerardo González Lagoa -nacido un 19 de enero- se forjaba como un científico. Nunca imaginaría que, más de 60 años después de esa experiencia infantil, una estrella de la Constelación de Orión llevaría su nombre.

La Unión Internacional Astronómica, entidad que constituye el órgano de decisión internacional en el campo de las definiciones de nombres de planetas y otros objetos celestes, así como los estándares en astronomía, designó a una estrella de la prominente constelación, Juan González Lagoa. "Es un honor que le dan a uno a través de una nominación. Si esa estrella hiciera alguna actividad se documentaría en la literatura científica como La Estrella de Juan", comentó en tono simpático.

Sus padres fueron fundamentales en su curiosidad temprana por la naturaleza y su entorno. "Mi inquietud por el mar y el espacio comenzó desde pequeño. Yo veía un grupito de estrellas y mi madre me decía que era la 'cacelorita'. A mi papá le debo mi interés por las condiciones atmosféricas. Él sabía cuándo venía un huracán por el movimiento de las nubes. En ese entonces no había luz, ni radio, no había nada", explicó.

Recordó que cuando su progenitora lo llevó por primera vez al mar -el que veía a lo lejos desde la colina- lo primero que hizo fue probar el agua. Esa degustación marcó su inicio simbólico hacia las ciencias oceanográficas, disciplina que luego formaría parte integral de su binomio de pasiones: el mar y el cielo.

Así fueron los comienzos de lo que después sería la exitosa trayectoria de un investigador. Sus papás lo motivaron a continuar estudios luego de que concluyó el cuarto grado en la escuela rural de su comunidad. "Me matricularon en la escuela del barrio Malezas de Mayagüez y tenía que caminar tres millas de ida y tres de vuelta", rememoró.


Juventud en el Colegio

Su historia en el entonces Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas (CAAM) tuvo sus principios en 1951 como estudiante. Su plan era ser maestro por lo que se matriculó en el departamento de Estudios Generales con la intención de hacer una especialidad en Zoología.

Todavía atesora en su mente el recuerdo de aquellos educadores que marcaron su vida como colegial: los profesores Justo Hernández Mora, Iván Soler y Juan A. Rivero. Éstos se convirtieron en mentores y guías que dejaron huellas en la curiosidad científica del joven mayagüezano.

"Mi interés por la biología se la debo al doctor Juan A. Rivero. Su influencia en mi pensamiento y carrera profesional ha sido muy notable", comentó sobre el catedrático distinguido que lleva 61 años de labores como profesor del departamento de Biología del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM).

Precisamente, en su tercer año de estudios, la Universidad adquirió la Isla de Magueyes en Lajas para estudios relacionados con las Ciencias Marinas. Fue cuando Rivero le sugirió estudiar oceanografía. Cuenta con candidez que inmediatamente fue a la biblioteca a buscar qué significaba esa extraña palabra. Para esa etapa de su vida contemplaba continuar estudios en medicina. Sin embargo, aceptó el reto que le hicieron, tanto Rivero, como el entonces director del departamento de Biología, el doctor José A. Ramos.

Cuando se graduó en 1955 del Colegio, ingresó a la universidad Texas A & M con el fin de completar estudios de maestría en oceanografía biológica. Sería la primera vez que el mayagüezano saldría de su país. Estaba muy apegado a su familia, a la vida en el campo, comentó. "Al principio fue muy difícil porque al único lugar que había salido fuera de Puerto Rico era Magueyes", dijo jocosamente. Éste sería el siguiente paso del desarrollo educativo del investigador.


Aventuras en altamar

Aunque desde chico le apasionaron los enigmas del océano, González Lagoa nunca había abordado un barco. Así que la primera vez que participó en una expedición científica -como parte de sus estudios graduados en Texas A & M- el vaivén de las olas le provocó un vértigo insoportable. "Fue horrible, estuve mareado cinco días y no podía comer nada, pensé que era el fin de la oceanografía. Tuvieron que dejarme en tierra en el primer puerto que encontraron. Salieron de Texas y me dejaron en el delta del Mississippi. Pero luego pedí que me pusieran en la siguiente expedición. Fui y me mareé el primer día, pero después pude trabajar", narró.

Una de sus aventuras predilectas ocurrió el 15 de julio de 1956 cuando tenía 23 años de edad. Se encontraba en un crucero oceanográfico en el que se estudiaba el flujo de las corrientes marinas entre la frontera de Estados Unidos y México. Relató que el barco estaba anclado en proa y en popa con el fin de tomar las muestras. A eso de las 2:00 p.m. comenzó el tráfico marítimo comercial y vieron que una embarcación mexicana se acercaba aceleradamente hacia ellos.

"El capitán dijo: 'abandonen la embarcación que nos van a dar'. Saltamos y yo no sabía nadar. Nunca había tenido la experiencia de estar en el mar. La otra embarcación embistió a la nuestra, se hundió y nos quedamos sin salvavidas. Estuvimos luchando con las corrientes hasta que media hora después nos rescataron", contó.

Aunque la situación fue casi mortal, González Lagoa recordó con humor que luego del incidente, sus compañeros norteamericanos de clase le decían que él era el único que mantenía más de la mitad del cuerpo fuera del agua. "Aprendí la necesidad de saber nadar así que ese verano tomé lecciones de natación. De allí en adelante no tuve más problemas con eso", afirmó.

Pasó la prueba del mar y luego, se conectó con el espacio. "Para navegar en ese tiempo era imprescindible conocer las estrellas, además de que se nos requería usar el sextante y tablas para calcular la posición de la embarcación. Así nació mi interés por la astronomía, el cual ha seguido creciendo con el pasar de los años", explicó. Se graduó de maestría en 1957 y luego regresó a su alma máter a laborar como profesor.


Medio siglo de pasión

Cuando salió de su casa el 3 de septiembre de 1957 exclamó: "En el nombre del Padre, éste es mi primer día de trabajo". La bendición se ha prolongado por 50 años ya que el 3 de septiembre de 2007 cumplió cinco décadas de labores en el Colegio.

"Siento una gran pasión por esta universidad, para mí el Recinto Universitario de Mayagüez ha sido una escuela que he visto crecer. Uno ve el progreso en la infraestructura, en el área científica, y eso me hace vivir apasionadamente enamorado de la institución", expresó.

González Lagoa -quien culminó su doctorado en oceanografía marina en la Universidad de Rhode Island en 1973- dirige el Centro de Recursos para Ciencias e Ingeniería (CRCI) del Recinto desde 1992. Lo cierto es que supuestamente se jubiló en el 2000 pero recibió una dispensa de la Oficina de Ética Gubernamental para continuar al frente del Centro.

"La jubilación fue algo incidental, ahora trabajo más que antes. Ahora tengo la flexibilidad de hacer muchas cosas. Yo tendría que trabajar 25 horas al mes y trabajo más de 50 horas semanales. Esto de estar con estudiantes y maestros le añade juventud a uno aunque cuando uno se mira al espejo la diferencia es grande", mencionó sonriente.

Y es que la misión del CRCI se conjuga con la pasión del doctor González Lagoa, quien disfruta educar a niños y adultos en distintas ramas de la ciencia que van desde la importancia de los arrecifes de coral hasta las maravillas del sistema planetario.

Su trayectoria laboral incluye el salón de clases, la gestión investigativa, funciones administrativas, innumerables publicaciones, charlas a escuelas, educación interactiva en el campo, identificación de especies y la dirección de proyectos millonarios, entre otras.

Entre sus logros está el establecimiento del Puerto Rico Space Grant Program del cual fue el primer director. Luego, siguieron otros programas como NASA EPSCoR y más recientemente Living With a Star que también dirige. Asimismo, bajo su tutela el CCRI se convirtió en sede de información de educación e investigación aeroespacial mediante el NASA Educators Resource Center.

De hecho, aunque ha dirigido propuestas investigativas cuyos fondos sobrepasan los $17 millones, indica que los estudiantes son su mayor satisfacción en su peregrinación universitaria.

"La parte que más sobresale de mi carrera son los estudiantes graduados que he tenido. Ver que han llegado tan lejos, eso quiere decir que esta institución tiene calibre y lo ha demostrado", señaló.

Mientras, a través del Centro y los proyectos que administra, el científico impacta educativamente a cientos de niños y maestros de las escuelas del País y del exterior. "Cuando uno hace las cosas de corazón la gente lo percibe, especialmente los niños", sostuvo.

Los sistemas de manglares, la bioluminiscencia de las bahías, el ecosistema de los corales y la exploración a Marte, son algunos de los temas que dicta en sus conferencias y talleres.

Y entre la oceanografía y la astronomía, ¿se destacará alguna en su corazón?, le cuestionó Sin Límites. "Son dos pasiones inmensas. Las tengo en el mismo plano, a las dos les doy el mismo cariño y amor. Yo he encontrado que al ser humano le fascina todo lo que es inmenso, lo que es grande… Tanto el mar como el espacio son muy misteriosos… Hay mística en estas pasiones", explicó.

González Lagoa ha recibido múltiples homenajes por sus aportaciones a la ciencia. Recientemente la NASA filmó un documental sobre su vida que será utilizado en esfuerzos educativos en las comunidades hispanas de Nueva York como parte del proyecto Living with a Star. El documental incluye un recuento de su vida desde su niñez, así como sus explicaciones sobre los diferentes ecosistemas de Puerto Rico.

Asimismo, fue el protagonista del cortometraje Larga vida a los corales en el que él representa al abuelito de Coral y Sebastián, dos personajes de dibujos animados, a quienes orienta sobre la diversidad de los arrecifes coralinos y sus opciones de conservación.

Sostuvo que hace tiempo tenía la inquietud de que el Servicio de Extensión Agrícola del RUM fuese instrumental en diseminar información sobre los recursos marinos. Así que le ofreció talleres a un grupo de extensionistas y los llevó a una gira científica en el mar. Después de esa actividad uno de los participantes sugirió que se hiciera una película para que se llevara al salón de clases. "Lo bueno de esto es que uno siembra la semilla y luego germina", expresó.

Durante el verano de 2007, la Asociación de Laboratorios Marinos del Caribe le rindió un homenaje tanto a González Lagoa como a Rivero por ser precursores en la creación de esa entidad que lleva 50 años de fundación.

¿Cómo le alcanza el tiempo para conjugar tantas actividades?, le preguntó Sin Límites. "La pasión por lo que me rodea. Eso es lo que hace que surja el tiempo. La pasión y compromiso con la defensa y protección del ambiente", concluyó.


El doctor Juan G. González Lagoa señala el punto donde está ubicada la estrella a la que le asignaron su nombre.


Un grupo de estudiantes de Maryland escucha las explicaciones del doctor Juan G. González Lagoa en un recorrido por la Estación Experimental de Mayagüez.


El doctor Juan G. González Lagoa durante una charla a estudiantes en Lajas. (Suministrada)

Fotos Carlos Díaz / Prensa RUM

Nota de la Editora:

Este reportaje aparece en la primera edición de Sin Límites, la revista de investigación del RUM.