Veintiséis años de tradición veraniega
Por Kattia María Chico
kchico@uprm.edu
PRENSA RUM

miércoles, 9 de julio de 2003

El Programa Recreativo el Tarzán ha tocado las vidas de más de una generación de residentes del área oeste. Este campamento de verano comenzó en 1977, cuando el profesor de educación física Edmundo Carrero Báez se estrenaba como director de la sección de Actividades Atléticas del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM). El profesor vio la necesidad de atender a la población joven del área oeste en época de vacaciones, así como de levantar fondos para los equipos atléticos, y sometió la propuesta que dio origen a esta tradición.

“A algunos de los niños los veo crecer, después los tengo como líderes de grupo y como estudiantes míos, se casan entre sí y matriculan a los hijos también”, relató Carrero, quien se desempeña además como entrenador del equipo de levantamiento de pesas.

Hoy día, aproximadamente 500 niños de entre siete y 14 años –de los cuales más del 40 por ciento son hijos de empleados- disfrutan de este campamento. Practican los deportes de arquería, baloncesto, balompié, béisbol, cuica, dibujo, gimnasia, karate, natación, tenis y volibol. Además, participan de actividades tales como baile, modelaje, juegos, giras, manualidades, películas y charlas educativas.

Los participantes se dividen en 21 grupos de 20 a 25 niños, y los atienden consejeros que se reclutan entre el estudiantado del RUM a través del plan de Estudio y Trabajo. Éstos reciben un adiestramiento sobre el método y organización del programa, manejo de situaciones de emergencia y primeros auxilios, así como la oportunidad de adquirir experiencias que en algunos casos tienen un impacto decisivo sobre sus vidas.



Ése es el caso del estudiante de Educación Física Luis Garay, quien es uno de los miembros del equipo de levantamiento de pesas y campeón intercolegial en su categoría, para la cual ha establecido marcas. Garay estudiaba Administración de Oficinas cuando comenzó a trabajar en el programa recreativo.

“Era mi primera experiencia trabajando con niños y aprendí que no todos son iguales. Vi que tenía la oportunidad de enseñarles a desarrollarse y a romper mitos, así que me cambié a educación”, comentó el joven, quien forma parte de los consejeros del campamento por tercer año consecutivo.

Otro ejemplo es el de Bárbara Méndez, estudiante de Ingeniería Civil que asistía al campamento desde niña y trabaja ahora como ayudante de oficina.

Las actividades que se ofrecen a los niños apenas han cambiado en los últimos 26 años porque han demostrado ser efectivas, afirmó Carrero, quien no cree que el campamento deba ser una extensión de la escuela sino un espacio en el que se desarrollan habilidades deportivas y de liderato a través de la recreación.

“Aquí se forjan amistades para toda la vida. No me imaginaba que esto iba a tener un impacto tan grande sobre las vidas de tanta gente”, agregó.