El legado de Godo: Un pescador al servicio de los estudiantes
El legado de Godo: Un pescador al servicio de los estudiantes
Por Cristina Olán
cristina.olan@upr.edu
Especial para
PRENSA RUM

viernes, 22 de julio de 2011

Hay en Magueyes un espíritu de
pez transmigrado a un cuerpo de
hombre. No lleva prendas ni ropas
suntuosas. Transita los muelles
casi como Dios lo trajo a esta vida.

- Tomado de “Godo: Un pescador al
servicio de los estudiantes”
,
Marejada, otoño 2009

Nació y se crió en la mar. El Caribe fue su cuna y La Parguera, su tesoro más preciado. Godoberto López Padilla, “Godo” como lo conocieron, nació el 12 de octubre de 1947 en Lajas y vivió su primeros años en donde hoy se ubica el conocido Hotel Villa Parguera.

A los ocho años de edad, a bordo del Carmen Viola, el bote de vela de su padre, dio sus primeros pasos como pescador, sin pensar que par de décadas más tarde estaría ocupando la primera plaza de buzo de todo el sistema de la Universidad de Puerto Rico (UPR), posición que ejecutó de manera sobresaliente durante 39 años de servicio ininterrumpidos.

El pasado 22 de junio de 2011 culminó su vida como muchos buzos y amantes del mar desean partir: “con las chapaletas puestas.” Estuvo con sus estudiantes hasta el último momento. “Hasta que ya no pueda coger un tanque", así lo había profetizado hace algún tiempo atrás.

Sus años como asistente del director de actividades subacuáticas, en el Departamento de Ciencias Marinas (CIMA), del Recinto Universitario de Mayagüez, le dieron la oportunidad de servir a los demás. En la Isla Laboratorio de Magueyes, y también fuera de ella, fue botero, buzo, guía, maestro, amigo fiel y consejero.

Como maestro de buceo condujo a muchos a dar lo mejor de sí mismos. Para la gran mayoría de los estudiantes, era una de las primeras caras que veían al entrar a CIMA, un rostro que los iba a acompañar por el resto de sus años de estudios y, con frecuencia, por el resto de sus vidas.

“Él era el maestro y había que hacer las cosas bien hechas. Se preocupaba porque aprendieras las cosas y que las hicieras bien. Siempre se aseguraba de que hubieses aprendido”, afirmó Waleska Cruz, su esposa, quien también fue su alumna.

Quienes lo conocieron, dan fe de que Godo era un maestro innato. Su enseñanza y sus conocimientos cobraban vida cada vez que un estudiante llegaba a sus clases. Asimismo, los preparaba para cualquier eventualidad que pudiera ocurrir en el mar.

“Me enseñó a bucear de verdad; me enseñó buceo científico, a hacer el trabajo, a pescar, a identificar los puntos usando marcas en tierra. Luego, se convirtió casi en familia. Estuvo cuando yo defendí mi tesis de maestría, fue a mi boda, estuvo junto a mí cuando mi hijo nació, cuando mi papá murió. Era interesante ver cómo aquellas personas que llegaban con miedo y sin saber nadar bien, al final del semestre los veías buceando en el veril. Eso era muestra de su dedicación y de su tenacidad”, comentó Héctor Ruiz, estudiante de doctorado de Ciencias Marinas.

Godo conoció plenamente el significado de la palabra compromiso y dio cátedra de ello. Su entrega total a los estudiantes y al servicio, se evidencia en múltiples maneras, entre ellas, su familia extendida, la calidad de sus estudiantes, y las numerosas tesis que incluyen su nombre en los agradecimientos.

“Era un tipo de empleado entregado totalmente a sus deberes e, incluso, más allá de sus deberes. Para Godo, su trabajo era un asunto personal. Él compartía con sus estudiantes. Lo mismo los llevaba a bucear que les cambiaba una goma. Para Godo no existían horarios, horas de entrada ni de salida, ni feriados ni fines de semana. Nunca peleó por eso. También fue un gran amigo en todo el sentido de la palabra. Yo deseo que mucha gente tenga la suerte como yo de tener un amigo del nivel de confianza y de compenetración fraternal como el que yo tuve con Godo”, puntualizó la doctora Nilda Aponte, directora de CIMA, quien también fue estudiante de Godo y que señaló que le brindó fue “crucial para poder llevar a cabo el trabajo de campo requerido para su tesis doctoral”.

La seguridad en el mar era un asunto vital para él. Nunca permitió que un estudiante saliera al agua sin estar verdaderamente preparado.

“Nosotros, los buzos, vemos a la gente como hijos de uno, los tratamos de proteger como las gallinas a los pollitos, siempre estamos pendientes unos de los otros”, sostuvo Milton Carlo, director de actividades subacuáticas en CIMA.

Carlo reconoció, además, que entre Godo y él “siempre hubo una comunicación abierta; nunca hubo un sí o un no. Nunca hubo una relación de jefe a empleado. Tomábamos las decisiones juntos”.

Por su parte, sus compañeros de trabajo lo recuerdan como alguien que siempre estaba dispuesto a ayudar, a servir a los demás, a dar la milla extra. Llevaba a Magueyes y al Departamento de Ciencias Marinas en el corazón.

“Era un colegial 24/7”, afirmó, por su parte, Juan Trabal, electricista en CIMA.

Godo también colaboró con distintas iniciativas comunitarias. En La Parguera, perteneció a la directiva de batuteras y dirigió varios equipos de béisbol y de sóftbol. Lo caracterizó siempre su espíritu deportivo y competitivo. A través del deporte, ayudó a muchos y a muchas a mantenerse lejos de la inactividad y de los vicios. En Ciencias Marinas, dirigió el equipo de sóftbol. Así les dio a las personas del Departamento la posibilidad de unirse en una actividad recreativa divertida.

“Nos íbamos al parque de La Parguera, empleados, estudiantes, profesores. Preparábamos un caldero de caldo de pescao' y mandábamos a hacer medallas”, relató Neftalí Figueroa, empleado de la sección de botes, acerca de los Softball Party Games, los que tantas veces ayudó a organizar con quien fue “su compadre y hermano”.

A nivel de la UPR, la contribución de Godo trascendió los límites de su querida Isla Magueyes. Incontables grupos de personas, muchos de ellos niños y jóvenes, se vieron impactados por su sabiduría, su pasión por el mar y su experiencia como un “pescador académico,” tal y como lo describiera su esposa Waleska.

“Era muy genuino, tanto con los niños como con las personas adultas. Se caracterizó siempre por su sentido del humor y por su cooperación. 'Yo con chavos o sin chavos vengo a trabajar en Cajaya', decía. Si había que llevar a los muchachos al arrecife, a las praderas de yerba, al manglar, a los canales, él iba. Para Sea Grant era un recurso invaluable. Cualquier cosa que se necesitara del ambiente marino, él sabía dónde buscarla", expresó Ruperto Chaparro, director del Programa Sea Grant, mientras rememoraba cómo conoció a Godo en el año 1986 y recordaba la contribución del buzo en el Campamento Cajaya y en las Aventuras Marinas.

Los restos de Godoberto López Padilla fueron cremados. Sus cenizas forman parte de una estructura que se utilizará para la propagación de corales, tal y como lo pidiera en vida.

“Es parte, ahora, de lo que tanto amó, de esa arena, de ese mar. No hubo mejor forma de honrar una vida tan buena y tan inigualable”, expresó conmocionada Waleska.

Ahora Godo contempla su adorada Parguera desde otra perspectiva. Los canales, los cayos, la mar azul, el cielo abierto, los peces, el arrecife y el viento en popa lo acompañan.

“Respira el aire. Esto es salud”, dijo Godo una vez al conducir su lancha hacia los cayos, los mismos cayos que fueron testigos silentes de sus alegrías, de sus tristezas y de su amor por el océano.

Godo laboró por 39 años en el Departamento de Ciencias Marinas del RUM.
Godo laboró por 39 años en el Departamento de Ciencias Marinas del RUM.

Fue el primero en ocupar un plaza de buzo en el sistema de la UPR.
Fue el primero en ocupar un plaza de buzo en el sistema de la UPR.

Fotos suministradas

La autora es Comunicadora del Programa Sea Grant de la UPR

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Ver] Godoberto López Padilla, “Godo”.

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