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Galeria de Arte

Juvenilia


 

Sangre joven

Rafael Jackson  

 

La vida es una paradoja, y los dichos populares están para confirmarlo. Si bien se elogia, hasta los límites de la adoración, la juventud como “divino tesoro”, objetualizándola en el ámbito de la mirada, el proceso se invierte sospechosamente cuando el objeto se convierte en sujeto que puede poner en tela de juicio aquello de que “la experiencia es un grado”. No se negaráaquíla verdad implícita de ambos dichos, pero síes bien cierto que el afán justificado de todas las nuevas generaciones por ocupar su lugar en el sol provoca la aparición de tales contradicciones

            

Lo que sí comparten todos los artistas involucrados en el circuito artístico, con independencia de la edad, es su subordinación a la novedad como password que articula todo lo que acontece en cada temporada de exposiciones. Entregados como las víctimas sacrificiales al arcano dios Moloch, deben ofrecer cada temporada artística una propuesta que les permita seguir ocupando ese lugar bajo el sol porque, en una cultura como la nuestra de memoria corta y dura competencia, parece no haber nada más grave que el olvido. Y contra éste, la competencia, la memoria corta o el éxito, nada mejor que sortear los caprichos del destino gracias a la tenacidad y el trabajo continuo.

 

 

Trabajo y creatividad son lo que ofrecen los artistas representados en esta exhibición de la Galería de Arte de Humanidades. Ambas las adquirieron durante sus años de estudio en el Recinto de Mayagüez, mayormente en el seno del Programa de Artes Plásticas, si bien el interés creativo latente en una parte estimable del estudiantado puertorriqueño, les ha llevado a algunos de ellos a optar por la labor artística habiendo tomado tan solo unos cursos del mismo. Sus orígenes, pues, son heterogéneos, pero su capacidad para visualizar la fuerza de sus imágenes es compartida por todos.

 

 

En una parte importante de sus propuestas late el interés por el arte urbano, el graffiti y un tipo de ilustración próxima al cómic. Esto es palpable en la producción de Mónica Parada, con sus personajes grotescos que parecen inspirados en los cartoons televisivos aunque siempre los haya extraído de fotografías previas. Lo mismo puede decirse de Kike “Aslan”, especialmente en su interés por los contornos marcados y por extrañas criaturas inspiradas en la hardcore sci-fi. En un término medio, los seres de Ana María evocan de nuevo el tono inquietante de la ciencia ficción con una candidez en el dibujo que desliza los personajes al ámbito de lo siniestro: los seres híbridos comparten rasgos humanos y animales, transformándose en extrañas figuras en virtud de la aparición de tres ojos, de dientes o de picos, como criaturas abisales o alienígenas que hubieran venido a compartir la Tierra.

 

Enfrentadas a esos seres, aún resultan más cándidas la flora y fauna subacuática fotografiada por Pichón Duarte y Oliver Bencosme en las aguas del litoral caribeño. En el primer caso, el humor y la ironía se concitan a través de la poética del objeto encontrado bajo las aguas; en ambos es palpable el hecho de que estamos ante imágenes utópicas de un entorno en peligro, empleando para ello una mirada irónica que capta instantáneas ansiadas por cualquier turista para su álbum de fotos.  

 

                                                                                                      

 

Cabe el espacio para el humor, asimismo, en la pieza propuesta por J2. A medio camino del objeto (neo)dadaísta y del arte povera, representa una clara repulsa a los medios del arte tradicional a través del pedestal invertido, reconvertido en un zafacón que aloja los utensilios de pintura. El título, por otra parte, alude a una de las obsesiones artísticas de ambos: la contingencia y lo efímero.
 

 La naturaleza, como estamos viendo, es otra de las claves de los artistas representados. Es el caso de la fotografía realizada por Jessie Vale, en la cual despoja de su función original a un objeto arquitectónico para reconvertirlo en arqueológico. La fábrica azucarera, de este modo, es metáfora de un Puerto Rico sumido en el colapso económico, un lugar donde la explotación económica y el desastre ecológico se transforman en desecho por la vía del abandono. Por su parte, el proyecto de arquitectura paisajista de María del Mar Sierra es una respuesta a la necesidad de incorporar el paisaje natural a la realidad urbana, algo insólitamente ausente en un lugar donde la naturaleza ocupa más de la mitad del espacio isleño.

                                                                                     

 

Muchas de las artistas de la exposición inciden directa o indirectamente en aspectos de género. La cerámica de Claudia Torres Guillemard pulveriza la separación entre la tierra y una iconografía que nace de los referentes orgánicos: podría ser un bulbo, una granada o incluso un útero, y su disposición sobre el fragmento de madera no hace más que confirmar el referente corporal de su propuesta. Gracias a esta contradicción, nos gustaría pensar caprichosamente que la autora estárecordando, tal vez, que las mujeres fueron las creadoras de las primeras formas envolventes y orgánicas de la cerámica en el albor del Neolítico.

 

 

En sus ilustraciones de línea clara, KatsíOrtiz parece realizar un comentario sobre su apariencia a través del vestuario y de la desaparición de la individualidad tras su ocultamiento por las prendas y los accesorios. ¿O seráacaso esa invisibilidad, provocada por los rigores del invierno continental, una muestra irrefutable de la nostalgia? También en el marco de la moda, pero esta vez insertada en el mundo del diseño, los brasiers de Lisamaris Rosado se ofrecen como una respuesta lúdica e ingeniosa a la funcionalidad original sin abandonar el discurso de género: el objeto de las miradas del deseo se subvierte en la potencia apotropaica de unos ojos que escudriñan y, por tanto, objetualizan hasta el ridículo, a los sujetos deseante de aquellas miradas.Una línea similar, pero más simbolista, se advierte en las mujeres de Cyndia Pagán. Estamos ante actualizaciones pop de la mujer fatal o, mejor aún, de la Catrina mexicana, como si ésta hubiera deseado conservar el anzuelo de la piel para arrastrar a sus víctimas hacia los recodos de la muerte.
 

 

 

  

 

 

 

 

Dejamos para el final a Rafael Vargas Bernard, el más imprevisible de todo el grupo de artistas congregados. Su interés por la pintura, la performance, el videoarte, el arte conceptual y la instalación se combina con una provocación de clara raigambre vanguardista y con la necesidad de implicar productivamente el comportamiento del público como motor de una experiencia artística que no deja indiferente a nadie