Antes del 1 abril, por favor completa la lectura y esta asignación sobre las humanidades y la Ingeniería en el:
Manifiesto del Partido Comunista
1- Marx afirmó que la cultura dominante es la cultura de la clase dominante, cual era en su momento la burguesía. ¿Podríamos decir lo mismo en el siglo 21, cuando se afirma que la llamada cultura de masas es la cultura dominante? ¿Representa Bad Bunny, por ejemplo, la cultura de los ricos o de los pobres? ¿Es Bad Bunny un fenómeno de marketing capitalista relacionado con los poderosos o una expresión genuina de pueblo?
2- En la teoría materialista, la historia es el devenir del modo de producción, por lo que lo más importante cuando estudiamos una sociedad es conocer su economía. Actualmente el progreso de las naciones se mide en términos materiales según índices de productividad en sintonía con la tesis marxista. ¿Es posible cambiar la forma en que se mide el progreso entre los pueblos usando otros parámetros como el desarrollo humano o el llamado índice de felicidad que se usa en Bhutan? ¿Cuáles dificultades presenta el usar parámetros no económicos para medir el progreso?
3- La evidencia arqueológica apuntalaba la idea marxista de que la economía es el fundamento de las sociedades y que todo lo demás es un añadido. Los templos más antiguos eran posteriores a la invención de la agricultura. Los historiadores afirmaban que el ser humano sintió la necesidad de juntarse en comunidades para producir alimento eficientemente y que el tiempo libre que esa eficiencia generó fue el caldo de cultivo de la cultura incluyendo la religión. El descubrimiento en 1995 de las ruinas de Gobekli Tepe en Turquía puso en duda esa afirmación. Las ruinas del asentamiento humano más antiguo (12,000 años atrás) incluye estructuras en forma de templos. Este sitio se construyó antes de la invención de la agricultura, hace 11,000 años. ¿Podríamos afirmar entonces que es la cultura (la religión) y no la economía el fundamento de las sociedades humanas?
-Preguntas escritas por Jerry Torres Santiago.
Seleciona una pregunta y contesta abajo en formato ensayo, de entre 300 y 750 palabras.
En la teoría marxista, se sostiene que la cultura dominante refleja los intereses y valores de la clase dominante de la sociedad. En tiempos de Marx, la clase dominante era la burguesía, cuya cultura se imponía y permeaba en todos los aspectos de la vida social. Sin embargo, al reflexionar sobre el siglo XXI, surge la pregunta: ¿es la cultura de masas la nueva cultura dominante? Y en este contexto, ¿dónde encaja alguien con tanta fama como Bad Bunny?
Bad Bunny, el fenómeno del reguetón y la música urbana que ha conquistado escenarios globales es un ejemplo interesante para explorar esta cuestión. Algunos podrían argumentar que Bad Bunny representa una expresión genuina del pueblo, un artista que emerge de las calles y que ha logrado conectarse con las masas a través de su música y sus letras cargadas de realidades sociales.
En esta perspectiva, Bad Bunny sería un reflejo de las luchas y experiencias de las clases trabajadoras y los jóvenes marginados. Sus letras hablan de temas como la desigualdad, la discriminación, la violencia, y la vida en los barrios, tocando fibras sensibles de aquellos que enfrentan estas realidades día a día. En este sentido, su ascenso a la fama no sería producto del marketing capitalista, sino una respuesta a una demanda de una voz que represente sus vivencias y luchas.
Sin embargo, la realidad es siempre más compleja. A medida que Bad Bunny se convierte en un fenómeno global, es inevitable cuestionar si su imagen y su éxito están siendo moldeados y explotados por las mismas fuerzas que critica en sus canciones. La industria musical, parte integral del sistema capitalista, tiene una maquinaria poderosa que sabe cómo capitalizar el talento y la autenticidad para generar ganancias.
Aquí se entrelazan los hilos de la cultura de masas y el marketing capitalista. Bad Bunny, con su imagen disruptiva y su mensaje rebelde, se convierte en un producto atractivo para las masas, pero también para las empresas que buscan capitalizar su popularidad. Vemos colaboraciones con marcas de ropa, patrocinios de eventos y campañas publicitarias que se aprovechan de su estatus de ícono cultural.
Entonces, ¿representa Bad Bunny la cultura de los ricos o de los pobres? La respuesta parece ser un híbrido complejo de ambas. Por un lado, es innegable que su música y su imagen resuenan profundamente con las experiencias y los sentimientos de aquellos que están en los márgenes de la sociedad. Por otro lado, su ascenso meteórico en la industria y su presencia en el mercado global lo colocan en una posición que también es codiciada por los intereses capitalistas.
En última instancia, la pregunta sobre si Bad Bunny es una expresión genuina del pueblo o un fenómeno de marketing capitalista no tiene una respuesta simple. Es una dicotomía que refleja las complejidades de la cultura contemporánea, donde las líneas entre la autenticidad y la comercialización se desdibujan constantemente.
Lo que sí es cierto es que Bad Bunny y otros artistas similares están desafiando los paradigmas tradicionales de la música y la cultura popular. Su éxito demuestra que hay un apetito insaciable por voces que se atrevan a ser auténticas y a contar historias que reflejen las realidades de las personas comunes. En este sentido, Bad Bunny puede ser visto como un símbolo de resistencia cultural, un recordatorio de que incluso en la era de la cultura de masas, hay espacio para la autenticidad y la voz del pueblo.
Según Karl Marx y Friedrich Engels, la fuerza motriz detrás del desarrollo histórico es la evolución del modo de producción. Los cambios en la base económica, como la transición del feudalismo al capitalismo, dan forma de manera fundamental a la superestructura social, política y cultural. En este contexto, la economía se considera el determinante principal del progreso histórico, siendo el modo de producción la base sobre la cual se construyen todos los demás elementos de la sociedad.
El pensamiento marxista también enfatiza la importancia de las fuerzas productivas y las relaciones de producción en la formación de la historia humana. Las fuerzas productivas incluyen los medios de producción y la fuerza laboral, mientras que las relaciones de producción se refieren a las interacciones sociales que las personas establecen durante el proceso de producción. La interacción entre estas fuerzas constituye la base para entender el desarrollo histórico desde la perspectiva de la teoría materialista.
En línea con esta perspectiva, la medición del progreso de una nación ha estado tradicionalmente vinculada estrechamente a su desempeño económico. El Producto Interno Bruto (PIB), los índices de productividad y otros indicadores económicos han sido los principales criterios para evaluar el avance de las sociedades. Este enfoque se alinea con la visión materialista, ya que prioriza el ámbito económico en la evaluación del desarrollo social.
A pesar del enfoque arraigado en las métricas económicas, ha habido un reconocimiento creciente de las limitaciones al utilizar criterios puramente materiales para medir el progreso. El concepto de progreso va más allá de la prosperidad económica e incluye dimensiones más amplias del bienestar humano y la realización personal. Se ha despertado un interés en explorar parámetros alternativos para medir el progreso, con un énfasis particular en factores no económicos.
Una alternativa destacada es el Índice de Desarrollo Humano (IDH), introducido por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD). Este índice incorpora indicadores de esperanza de vida, educación e ingreso per cápita para proporcionar una evaluación más completa del desarrollo humano en diferentes naciones. Al abarcar dimensiones más allá de la producción económica, el IDH ofrece una comprensión más matizada del progreso que se alinea con los objetivos más amplios del avance social.
Además, el Reino de Bután ha llamado la atención por adoptar el Índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB) como medida de progreso, apartándose del énfasis tradicional en indiciadores económicos. El marco de FNB abarca múltiples dominios, incluyendo bienestar psicológico, salud, educación, uso del tiempo, diversidad y resiliencia ecológica, y condiciones de vida. Al priorizar la felicidad y el bienestar, el enfoque de Bután desafía la dominancia de las métricas económicas en la evaluación del progreso social y destaca la importancia del desarrollo integral.
Aunque la exploración de parámetros alternativos tiene promesas, no está exenta de desafíos. Una dificultad principal radica en la cuantificación y estandarización de factores no económicos. Indicadores como el PIB son sencillos de medir y comparar, mientras que dimensiones como la felicidad, el bienestar y la resiliencia cultural plantean desafíos en debido a su naturaleza subjetiva y cultural.
Además, la priorización de parámetros no económicos plantea preguntas sobre los equilibrios y la priorización de diferentes aspectos del bienestar social. La complejidad de estos equilibrios subraya la naturaleza intricada del progreso y las tensiones inherentes entre diferentes dimensiones del avance social.
La dependencia de parámetros no económicos también requiere una reevaluación de los marcos de políticas y las estructuras de gobernanza. Cambiar el enfoque del crecimiento económico puro hacia el progreso integral implica un cambio en las prioridades políticas y la asignación de recursos, lo que puede encontrar resistencia de intereses arraigados y sistemas establecidos que han basado su éxito en métricas económicas.
En conclusión, la teoría materialista ha subrayado la centralidad de la economía en el desarrollo histórico y la medición del progreso social. Sin embargo, el discurso contemporáneo reconoce la necesidad de incorporar parámetros no económicos para capturar la naturaleza multidimensional del bienestar humano. Si bien medidas alternativas como el IDH y el FNB, ofrecen perspicaces visiones sobre el progreso integral, también presentan desafíos en términos de cuantificación, compensaciones y realineación de políticas. El debate en curso refleja la comprensión en evolución del avance societal, requiriendo un enfoque matizado que reconozca las complejidades y las diversas aspiraciones de las sociedades en todo el mundo. Al abrazar un marco integral que integre dimensiones económicas, sociales, ambientales y culturales, es posible construir una comprensión más inclusiva y significativa del progreso que trascienda estrechas consideraciones materiales.
En el presente la mayoría de los países utilizan la economía y el modo de producción para
los índices de productividad y de este modo establecer el progreso de los países . Esto va en sintonía con lo que establece Karl Marx y Friedrich Engels en El Manifiesto del Partido Comunista.
En este, ambos autores establecen que los bienes materiales y la capacidad de manejar la
economía eficazmente es lo que delimita la efectividad y el progreso que tienen los países o naciones. Sin embargo, esta no es la única forma en la que se podría medir el progreso ya que se utilizan otras formas como lo es el índice de felicidad utilizado en Bhutan. Este método se rige de normativas como el bienestar psicológico, el uso del tiempo, la educación, entre otras cosas
como indicadores de felicidad y de esta forma establecer cómo va el progreso del país o nación.
El índice de felicidad es un método que busca demostrar el progreso y la evolución de un
país midiendo la felicidad de las personas, quitando del primer plano la economía general del
país. A simple vista ya se podrían notar complicaciones que este método podría tener por que al
ser basado en un tema tan abstracto como la felicidad podría resultar complicada la medición de
la misma. Las preguntas realizadas en las encuestas serían la primera dificultad ya que al ser la
felicidad diferente para todo el mundo se tendrían que formular preguntas que puedan proveer
datos objetivos para que se facilite la acumulación y el análisis de los datos. Se tendrían que buscar formas de apartarse de la subjetividad de este tema tan abstracto sin ignorar las necesidades u
opiniones de los ciudadanos por que después de todo esto es un método que busca, de cierto
modo, hacer del ciudadano la prioridad del país. Para lidiar con estos inconvenientes Bhutan desarrolló una serie de condiciones que facilitaría las encuestas y reduciría la subjetividad que se
podría obtener a la hora de realizarlas.
Bhutan se rige de 33 condiciones que se utilizan para medir la felicidad en las encuestas,
entre estas se encuentran la salud, seguridad, familia y trabajo. Según Sabina Alkire, “las personas al ser evaluadas se consideran felices si son plenas en un 66% de estas 33 condiciones”
(Alkire, 2023). Estas condiciones al regirse de temas que pueden medirse de manera objetiva en
un individuo, como lo puede ser la salud o educación, se ven eficaces y este medio puede ser una
buena alternativa para un desarrollo de una nueva forma de medir el progreso de las naciones. El
movimiento marxista tiene como enfoque la economía de la nación como base para medir el progreso pero cómo se menciona anteriormente esto no tiene que ser lo único en lo que se debería
concentrar una nación.
La economía, aunque importante, no lo abarca todo en una sociedad, y utilizar otros
métodos para medir la productividad y el crecimiento es perfectamente posible. El cambio hacia
métodos que no se centren únicamente en los avances económicos se podría implementar en la
actualidad en busca de una mejor forma de gestionar las naciones. Bhután es un claro ejemplo de
cómo se pueden emplear otros medios, como el índice de felicidad, para medir el avance y progreso de un país. Utilizando diferentes condiciones que evalúan diversos aspectos de la vida de las personas, Bhután ha logrado una metodología efectiva para medir el progreso de la nación. A lo largo de los años, el desarrollo económico ha sido utilizado como medida del progreso, pero es
posible considerar otras formas, como la felicidad, como alternativas capaces de evaluar el
avance de una nación
La tesis marxista va en sintonía con el progreso actual de las naciones, ya que se mide en
términos materiales, según sus índices de productividad. Sin embargo, esta teoría deja espacio
para la consideración de otros parámetros que pueden ofrecer una imagen más completa y
holística del bienestar humano y el desarrollo social. Pienso que sí y no es posible cambiar la
forma en que se mide el progreso entre los pueblos usando otros parámetros como el desarrollo
humano o el llamado índice de felicidad que se usa en Bhutan.
Primero que todo, pienso que no es posible cambiar la forma en que se mide el progreso
entre los pueblos usando otros parámetros porque la realidad de la vida es que todo gira en torno
a su estatus, su economía, la economía de los ciudadanos, etc.. y de acuerdo a eso es la manera
en que categorizan la sociedad de esta ciudad. La base material de la sociedad, es decir, el modo
de producción, influye en la superestructura, que incluye las instituciones políticas, culturales y
sociales. Desde esta óptica, es comprensible que se haya dado prioridad a la economía en la
medición del progreso, ya que el desarrollo económico afecta directamente a otros aspectos de la
vida de las personas. Además, a muchas de estos pueblos les conviene mucho el utilizar estos
parámetros para que reconozcan su trabajo duro, su sociedad sea reconocida gracias a la
producción de ellos. Por otra parte, pienso que si es posible cambiar la forma en que se mide el
progreso entre los pueblos utilizando otros parámetros porque al leer el Manifiesto del Partido
Comunista, me di cuenta que el enfoque exclusivo en indicadores económicos tiene limitaciones
evidentes. No captura completamente la calidad de vida, la igualdad, la justicia social o la
satisfacción personal. Parámetros como el desarrollo humano o el índice de felicidad, utilizados
en Bhután, intentan abordar estas deficiencias al considerar aspectos más amplios del bienestar
humano y por tal razón pienso que si sería posible cambiar un poco el parámetro y la manera en
que se mide el progreso de los pueblos. Pienso que sin una buena calidad de vida, sin igualdad,
sin justicia social y sin satisfacciones personales de nada valdría un progreso en una nación
inmensamente grande si la mayoría de sus ciudadanos, su pueblo, su ciudadanía no están bien.
Algunas de las dificultades que se pueden presentar al usar parámetros no económicos
para medir el progreso pueden incluir resistencia institucional y cultural, las instituciones
económicas y políticas a menudo están arraigadas en estructuras de poder que tienen un interés
en mantener el enfoque en los parámetros económicos tradicionales. Además, la falta de
consenso sobre qué indicadores son los más apropiados y la dificultad para cuantificar factores
intangibles como la felicidad o la satisfacción personal también son algunas de las dificultades
que se pueden presentar al usar parámetros no económicos para medir el progreso. Por otra parte,
puede haber tensiones entre el enfoque en el crecimiento económico y la búsqueda de un
desarrollo más sostenible y equitativo.
En conclusión, la teoría materialista marxista proporciona una base sólida para
comprender la importancia de la economía en la determinación del progreso social, también, deja
espacio para la consideración de otros parámetros que pueden ofrecer una imagen más completa
y holística del bienestar humano y el desarrollo social. Los parámetros no económicos pueden
ofrecer una visión más completa del bienestar humano y el progreso social, su definición,
medición y aceptación pueden plantear desafíos significativos en un contexto marcado por la
influencia económica y política.
El Manifiesto Comunista afirma que la cultura dominante refleja las ideas de la clase gobernante. Bajo esta visión, las clases que controlan los medios de producción también tienen influencia sobre la cultura y la política de la sociedad. En el siglo XIX, esto principalmente se veía con la burguesía, que después de superar a la aristocracia, dominaba no solo en economía, sino también en la cultura y la política.
En el siglo XXI, el escenario es más complicado por la globalización, los avances tecnológicos y la presencia constante de los medios de comunicación masiva, que han cambiado cómo se produce, distribuye y consume la cultura. La cultura popular de hoy, que incluye música, cine, televisión y redes sociales, parece cruzar las barreras de clase de una manera nueva. Esto podría sugerir un cambio en cómo la cultura se relaciona con la sociedad desde los tiempos de Marx.
Sin embargo, aunque la forma de presentar la cultura ha cambiado, el control de poder básico sigue el mismo. Tanto las grandes corporaciones como los individuos ricos y famosos, que podrían ser vistos como la clase dominante de hoy, mantienen un control significativo sobre las corrientes ideológicas y culturales predominantes. Controlando los medios de comunicación e invirtiendo en la industria del entretenimiento, logran tener ese gran impacto en la cultura de masas.
Mirando a Bad Bunny, el famoso artista puertorriqueño, vemos un caso interesante. Por un lado, Bad Bunny encarna el triunfo dentro del sistema capitalista de la música, beneficiándose de estructuras de marketing y distribución que favorecen a los ya ricos y poderosos. Esto se puede interpretar como una muestra de cómo las expresiones culturales que parecen venir del pueblo son tomadas y formadas por los intereses del capitalismo.
Por otro lado, Bad Bunny también es conocido por su autenticidad y por hablar de temas sociales y políticos que resuenan con mucha gente, especialmente los jóvenes y los sectores marginados. Su trabajo desafía las normas de género y sociales, o cual se podría considerar como una manifestación auténtica y rebelde que reta las normas sociales.
Entonces, ¿es Bad Bunny un producto del marketing capitalista o una verdadera expresión del pueblo? Podría ser ambos. La pregunta importante debería ser si Bad Bunny, con su posición privilegiada en el capitalismo y la cultura dominante, usa su influencia para apoyar y dar voz a las comunidades. Así que, es clave pensar en cómo las personas con poder deciden usar su influencia, ya que en nuestro tiempo, las figuras culturales pueden ser tanto productos del capitalismo como agentes de cambio cultural y social. Lo importante es cómo eligen usar su impacto.
La afirmación de Marx sobre que la cultura dominante es la cultura de la clase dominante refleja un análisis detallado de las relaciones de poder y cómo estas se manifiestan en la sociedad, específicamente en el contexto de la lucha de clases. Durante el siglo XIX, Marx identificó a la burguesía como la clase dominante, cuya posición económica le permitía imponer sus valores, normas y expectativas como el modelo cultural predominante. Este fenómeno no solo estructuraba las relaciones económicas y políticas sino también las expresiones culturales y la vida cotidiana de las clases subalternas. En el siglo XXI, la dinámica de la cultura de masas y su relación con la clase dominante presenta complejidades que Marx no pudo prever completamente. La llamada cultura de masas, amplificada por tecnologías avanzadas de comunicación y medios digitales, parece trascender las simples distinciones de clase, al menos en la superficie. La globalización y la digitalización han democratizado el acceso a ciertas formas culturales, haciendo que la música, el arte y el entretenimiento sean más accesibles para un público más amplio que nunca. Sin embargo, esto no significa que la influencia de la clase dominante en la cultura haya disminuido. Por el contrario, las estructuras de poder económico y mediático continúan jugando un papel crucial en la producción y distribución de la cultura de masas.
Bad Bunny, como fenómeno cultural, encapsula estas contradicciones. Por un lado, su música y persona representan expresiones culturales que emergen de contextos marginados, resonando particularmente con las experiencias de las clases trabajadoras y desfavorecidas. Sus letras a menudo abordan temas sociales, amor, desamor, fiesta y crítica social, presentados de manera que conectan profundamente con una audiencia global, especialmente jóvenes. En este sentido, Bad Bunny podría verse como una expresión genuina de la cultura popular que desafía las normas y valores impuestos por la clase dominante. Por otro lado, el éxito masivo de Bad Bunny no puede desligarse de las dinámicas del mercado capitalista en el que opera. Su música y su imagen son comercializadas intensamente por la industria del entretenimiento, que es controlada por corporaciones y actores económicos poderosos. Este aspecto de su carrera plantea preguntas sobre hasta qué punto su arte puede considerarse una resistencia a la cultura dominante o si, en cambio, ha sido cooptado por el sistema capitalista, sirviendo a los intereses de la clase dominante al generar ganancias significativas y perpetuar ciertas estructuras de consumo. En este contexto, la figura de Bad Bunny ilustra la complejidad de la cultura de masas en el siglo XXI. Aunque su música pueda originarse en y expresar las realidades de las clases menos privilegiadas, su integración en el sistema capitalista global subraya cómo la clase dominante aún moldea y se beneficia de la cultura de masas. En consecuencia, la cultura dominante del siglo XXI, representada en figuras como Bad Bunny, refleja tanto la resistencia contra las estructuras de poder establecidas como su inevitable absorción por esas mismas estructuras.
La pregunta sobre si Bad Bunny representa la cultura de los ricos o de los pobres, o si es un fenómeno de marketing capitalista o una expresión genuina del pueblo, no tiene una respuesta sencilla. Encarna tanto la posibilidad de resistencia y expresión auténtica desde los márgenes como la realidad de la explotación capitalista y la influencia de la clase dominante en la cultura popular. Esto refleja la dialéctica marxista de la lucha de clases, donde las fuerzas de resistencia y dominación están en constante interacción, y sugiere que la cultura en el capitalismo sigue siendo un campo de batalla en el que se negocian y se luchan las identidades, los valores y las ideologías.
El marxismo es una teoría económica ideada por Karl Marx y Frederic Engels cuya principal idea es la eliminación de las clases sociales e igualdad de oportunidades y servicios. A pesar de que sea una teoría económica, sus principios pueden ser utilizados para crear espacios más justos en nuestra sociedad. El marxismo nos permite crear espacios de equidad, centrados en las necesidades del ser humano, no en los intereses económicos. Una de las ideas que podemos utilizar al desarrollar estas comunidades es eliminar la distinción entre las clases sociales. Además, se pueden establecer medidas para proteger el ambiente y cubrir todas las necesidades que pueda tener la comunidad. Utilizar estas medidas puede ayudarnos a desarrollar ambientes para todas las personas.
Cuando hablamos de ideas marxistas, se debe hablar de la eliminación de las clases sociales. Utilizar esta idea e implementarla en nuestras comunidades puede ayudar a asegurar la misma calidad de servicio para todos. Al tener personas ricas y pobres viviendo juntas en los mismos espacios creas un sentido de unidad y de experiencias compartidas. Además, puede ayudar a establecer igualdad de recursos, al tener comunidades con ingresos variados, aseguras que los recursos de alta calidad no se establecen en áreas de ricos, sino que están accesibles a todos. Ejemplos de este efecto se pueden ver en Estados Unidos, donde las escuelas públicas son financiadas por los impuestos de propiedad de la zona, creando una discrepancia en la calidad de educación entre áreas ricas y pobres.
Otra medida que podemos implementar es el establecimiento de propiedades y servicios públicos. Organizar servicios públicos puede traer muchos beneficios, por ejemplo al medioambiente, cosas como parques públicos pueden crear comunidades más activas y saludables. El transporte público también puede crear equidad, eliminando la necesidad del automóvil y dando accesibilidad a todos de poder transportarse a donde necesiten. Utilizar la propiedad pública puede ayudar a la equidad eliminandolas del mercado. Al tener servicios que no están atados a las ganancias privadas puede proveer una mejor calidad de vida.
Para poder tener una comunidad equitativa, necesitamos ofrecer todas las necesidades requeridas por la misma. Esto empieza con la accesibilidad de servicios, los cuales deberían estar localizados equitativamente. Una persona debería poder caminar, o utilizar transporte público para poder llegar a todas sus necesidades diarias. Estos servicios deben ser de la misma calidad, sin importar a cuales residentes le están sirviendo. Estos servicios no solo pueden ser iguales, también deben ser de alta calidad. Siguiendo las ideas del marxismo, podemos desarrollar sin el consumerismo en mente. El objetivo es que los edificios, productos o enseres sean duraderos para desincentivar la cultura de consumir en exceso y aumentar la sostenibilidad sin afectar negativamente a los residentes.
El marxismo se puede utilizar de una variedad de formas para poder crear comunidades más equitativas. A través de la teoría podemos construir espacios que no tengan en mente la generación de capital, sino las necesidades humanas. Podemos crear espacios que unen personas de diferentes niveles económicos para tratar de romper esa separación de clases sociales. Desarrollar espacios públicos que aseguren que haya servicios para todos por igual. Establecer un acceso amplio a todos los servicios necesarios al alcance de cada ciudadano. Aplicando estas ideas marxistas a nuestras comunidades podemos crear un mundo más igualitario para todos.
El marxismo es una corriente filosófica y política que básicamente aboga por una sociedad sin clases sociales donde la producción sea de uso común y no privado y que esta se organice para satisfacer las necesidades de todas las personas que componen una sociedad. Rechaza la explotación económica de producciones y recursos por parte de la élite y promueve un sistema igualitario y justo socialmente para todas sus partes; enfocándose más en un sistema socialista.
Por otro lado, la ingeniería, se encarga de aplicar conocimientos científicos y matemáticos para diseñar, construir y manejar estructuras y sistemas (de transporte, salud, energía, arquitectónicos, etc…) que satisfagan las necesidades humanas contribuyendo al proceso y bienestar social.
Si fusionamos estos dos términos, vemos que lo más que sobresale es la crítica al capitalismo, se ve muy evidentemente reflejado, en su mayoría, en ámbitos tecnológicos prácticos que buscan atacar problemas y desigualdades sociales. Ejemplo de esto podría ser él como se utiliza hoy día la ingeniería para crear artefactos tecnológicos viables y accesibles para personas con discapacidades. Vemos estas prácticas también para resolver problemas que nos afectan a todos colectivamente. Ejemplo de esto es como también la ingeniería ha servido para crear sistemas de energía renovable (placas solares, energía hidroeléctrica) o construcciones ecológicas (casas diseñadas estéticamente para no requerir mucha energía) para reducir el impacto ambiental y disminuir la crisis climática que se ve y siente tan marcada en la Tierra a causa de todos los mecanismos que el ser humano está usando y que directa e indirectamnete la afectan en mayor o menor impacto. Así que vemos como estos ejemplos ilustran como el marxismo en la práctica de la ingeniería, donde la crítica capitalista y la búsqueda de equidad se reflejan en el desarrollo y aplicación de tecnologías actuales. Esta integración permite abordar problemas sociales y medioambientales de manera más efectiva y justa para promover un cambio positivo en la sociedad y lo que nos rodea.
The Communist Manifesto written by Marx and Engels proposes that mainstream culture indeed reflects the culture of a certain mainstream class, which is in other words the culture of the bourgeoisie, ruling over any society. This statement holds as much water today as it held its importance right from the 18th century, but this context and the means through which culture will be manifested have been altered dramatically on the wings of globalization and the rise of information technology.
It just seems at the vanguard of this mass culture, effectively being diffused more through the means of digital platforms and media, no dividing line is created any longer between rich and poor cultures. In that given scenario, artists like Bad Bunny only go on to complicate the logistical nightmare that comes along attached to try to sift through his output in search of forcing it into a single line of thought.
Bad Bunny, for instance, has been tied to it, an honest-to-a-taste growth of pop culture but, in this instance, youth culture and more so the working class, down to where he is from and what he raps about. The mentioned issues are not normally associated with the elite part of the culture, as these are poor representations. But the problem with that is in the success being had at titanic levels, turning it into an object independent from its background and having gone from local to global in a phenomenon inextricably tied to the capitalistic marketing strategies that come off in favor of the powerful, in the last instances within an economic ruling class of the music industry and digital mediums that deliver the product.
Entonces, ¿representa Bad Bunny la cultura de los ricos o de los pobres? The answer is not binary, similar to a language change from English to Spanish. Bad Bunny can resonate both within the cultural context of popular experiences of life but, on the same standing, from his very transition to tell these themes in culture production, he also ends mainstreaming and integrated into the global entertainment industry of the capitalist setup that would be criticized yet exactly perpetuating social and economic disparities by Marx and Engels. In this light, Bad Bunny places himself at the crossroads of certain cultural intricacy, ensnared between authenticity and commercialization.
Is Bad Bunny a market capitalist phenomenon linked to the powerful, or connected in an authentic expression with people? He is both. His figure and work are exploited by the system to have earnings, while marketing extends its use and scope. However, that does not disentangle his music from the cultural and social impact, or their suitability to articulate and resonate experiences and aspirations characteristic of sometimes-ostracized people. 21st-century mass culture, as represented by characters such as Bad Bunny, reflects both the power of capitalism to engross and commodify cultures of expression and the permanence of spaces for resistance and expression within the same system.