Jeffrey Herlihy-Mera, UPR-M
Caminos a Massachusetts
Tinta regada
1 de mayo de 2024
Voy a Boston para ayudar a mi padre a morir.
Cuando mi madre dijo el nombre de la funeraria, de repente estaba bajando la cuesta hacia Jenkin’s Pond, East Falmouth. Era el verano de 1984 o 1985. La arena caliente picaba mis pies. Agarrado la mano de mi padre, me explicaba cómo mover los brazos en agua sobre mi cabeza. Recuerdo los nervios de nadar solo por primera vez y cómo su presencia en la orilla me calmaba (y cómo todavía me calma).
[Escribía a lápiz. Era de noche. Los movimientos de la aeronave interrumpían y deformaban la letra.]
***
Cerré los ojos. Una quietud filtraba los sonidos de los motores. Pensé en las capas de su vida: su juventud, servicio militar, relación con su padre y con mi madre – en su catolicismo. Pensé en la vida burguesa que pretendió alcanzar y siempre fingió tener. Pensé en su rechazo a Boston y su relación compleja con Irlanda. Pensé en su afán incontrolable por Martha’s Vineyard, donde, en 1959 con 15 años, él y su familia fueron mandados de su residencia por el mismo catolicismo. O por su irlandesidad o una mezcla de ambos. (La familia se mudó al sector afroamericano/portugués de esa isla, donde mantuvieron una casa hasta mi nacimiento.) Pensé en Puerto Rico, otra isla de su pasión entera, donde él hubiese deseado vivir y morir.
Se planifica la muerte. Toma tiempo. Donde se va a enterrar, cuando, si habrá misa (para mi padre no hay duda: habrá). Quién escribe los documentos—el obituario, la noticia de la muerte (¿La noticia de una muerte anunciada?), los discursos en la misa y el camposanto.
Cuando escribía esas palabras, no pude saber que iba a mejorar. Que no era su momento. Pero ese momento viene. Tanto a él como a mí, como a ti, lector/a/x/e.
¿Cómo, cuándo, cuán lo/le frecuentamos?
Debido al alzhéimer y demencia, hace años que mi padre no sabe quién soy. Hay que explicarle en la mesa: “mire, papá. Estos son cubiertos. Aquí un tenedor,” haciendo las mociones para comer. Se repite esa ceremonia en cada comida.
Una noche en Navidad, le ayudaba en el baño. Cogió una botella de enjuague bucal y lo movía entre manos. Le expliqué qué es. Cómo usar. Luego de lavarnos las manos, nos lavamos la boca y escupimos al lavabo en unísono.
Luego fuimos a la cocina. Mis hermanas y mi madre tomaban egg nog. Le pregunté si lo deseaba. Lo cogió a la boca, hizo gárgaras y escupió.
Subió la cara con gran orgullo.
Todos nos reímos, inclusive él.
Según Camus, hay una sola pregunta – el suicidio. Lo examinamos: si deseaba en algún momento no “sufrir”, ¿cuál es el deber de sus hijos, su esposa y sus queridos? (¿Sufre mi padre ahora? ¿Cuánto? ¿Cómo se mide?)
Contemplemos esas cosas, los detalles de la muerte: el contexto de sus intenciones y alcances. Hugo Enrique Dávila Cobos lo ha contemplado. Camus. Huyke. Amy. Andrea. Arturo. William Francis. Bill y su hermana, Julie. Nelly. Vamsi. Alejandro y Santiago (el mayor, el menor, el compostelano y el Herlihy-Mera). Joanna. Jason. Larkin. Cormac. Jen. Gary. Scott. Donna Gladys. David. Ernesto. Anne. Gladys-Biber y Fran.
¿Puede ser colaborativa la muerte?
Hay un mar adentro de estas preguntas. Con la mente clara, sabiendo lo que le pasaba, mi padre declaró: no quiero “vivir” así. Pero ahora quiere vivir (¿ahora quiere vivir?). Sonríe a veces. Come. Saluda. Algo que mencionar: cuando le preguntas cómo está, ya no dice “bien” ni “good” ni “well” en inglés. Dice: “OK”.
Esa respuesta es un mapa. Compartimos el miedo de lo que implica.
Jeffrey Herlihy-Mera es Catedrático en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico-Mayagüez.
En memoriam: Michael William Herlihy (Sullivan), 18 de abril de 1944 — 9 de mayo de 2024.