Raúl Mayo Santana
Encuentros borgeanos:
Madrid, con Machado, Borges y LorcaTinta regada
1 de agosto de 2025
No he caminado todavía por los caminos más conocidos. Plenitud de gente, cuerpos diversos desconocidos. La lluvia y el frío de abril aún no anuncian la primavera. Del hostal hasta el edificio del apartamento en alquiler, transito reconociendo la vera para mirar el exterior de la que será muy pronto mi casa por algunos meses.
Me acompaño en estas calles madrileñas con las rimas acogedoras de Machado, intuiciones vibrantes de sentimientos, y con los poemas de pensamientos sagaces de un Borges inconciliable para mí, y con una reyerta lorquiana donde prevaleció también la muerte sobre la cual versan los tres. El cante hondo callejero cala en Antonio, cuando llega a su oído “el plañir de una copla soñolienta … de las músicas magas de mi tierra … y era el amor … nerviosa mano en la vibrante cuerda … Y era la muerte, al hombro la cuchilla, el paso largo, torva y esquelética”. Y emergen las imágenes marginales de barriadas de Jorge Luis, “donde las noches oyeron el amor de la guitarra habrá un cajón y en el fondo dormirá con duro brillo, entre esas cosas que el tiempo sabe olvidar, un cuchillo” que siempre “probó que era bueno”. Y rememoro las odas del andaluz Federico, cuando “en la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces”.
En la plenitud de mi vejez se arroja mi ilusión cándida y vieja, cual navajazos de anhelos que aspiran a disfrutar y recrear la primavera y el verano. No escucho ningún romance del cante hondo en la calle, ni las quimeras del gaucho idealizado, ni tampoco los híbridos cantares caribeños de mi tierra que atrás han quedado. Me encuentro solo, pero las guitarras y cuchillos de Machado y Borges, así como las navajas de Lorca, me consuelan — paradójicamente, Juan Manuel Rivera — mientras espero a que llegue mi compañera de vida y de sueños.
Por estas calles madrileñas de principios del siglo 20 caminó mi padre, cubano hijo de mi abuelo español, cuando muy joven llegó por barco, también solo, con la intención de hacerse médico. Pero, al contrario, terminó estudiando mecánica y artillería, hasta que tuvo que emigrar hacia Estados Unidos al fallecer mi abuelo en Cuba. Parece que percibo a mi viejo de joven caminando por las mismas calles que ahora su hijo las camina en su vejentud.
Pero sale el sol y amaina el frío, y la soledad se echa a la calle. Reconozco la imagen vacía del lugar de una librería socialista que cerró. Encuentro una que pervive, de esas con un desorden magnífico atendida por una pareja de viejos libreros sabios y somnolientos. En tres historias recientes de España no se encuentra prácticamente nada sobre la abolición de la esclavitud y las rebeliones en el Caribe del siglo decimonónico. “Más se perdió en Cuba y vinieron silbando”, como me dijo una banquera santanderina madrileña; y en un ascensor del hostal un hombre me comentó, “les dejamos la lengua”. Al menos en la vieja librería Sin Tarima encontré un Antiborges (Lafforgue) del 1999.
He llegado a la casa transitoria que rápidamente me acoge con buen calor. Muy cerca de la misma para mi grata sorpresa se encuentra la librería, ¡Traficantes de Sueños!
— ¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía! — (Machado)Primeros días de abril de 2025
Estancia de Investigación
Instituto de Historia-CSIC
Madrid, España
