Juan Carlos Sales
KARLUV MOST
Tinta regada
9 – enero de 2026
Desde la pequeña ventana puedo observar
el perezoso ajetreo de la calle adoquinada,
transeúntes acechando lo desconocido, su turismo
en la puridad ámbar de la mañana, el excitado cansancio
al volver sobre pasos inseguros, observando con mente perdida
las callejuelas, el puente navicular.En penumbra esperamos, ya con fuerzas malgastadas,
la insospechada aventura del trasiego ajeno
durante la noche que se acerca, la volátil mesura
de la doblez, los cafés humeantes enclavados
por entre la ciudad vieja, que es pequeña
y hermosamente decadente, su tranvía pavoroso
y sus cuestas desafiantes, sus torres inacabadas
sugiriendo una mengua sin nosotros.Y cada mañana sobrevivida me encuentra
frente a este cristal del segundo piso entablado
de la calle concurrida, bien en la amanecida,
bien en el frío del mediodía empañando el hueco
que desde la habitación modesta da a la vida.Cualquier viajero, usted mismo, va a permanecer
azorado, a mirar sin vigilia ni demanda el estilo barroco
del colorido edificio, maquinalmente fotografiado
todo al paso y hasta con desgana lo que en otro tiempo
fue la obra mejor de aquel olvidado imperio.Y de pronto, mientras esto escribo, fugaz
se adentra por la habitación un triste rostro
y extiende sábanas perfumadas, recoge pulcramente
la miseria de todos, con la bondad del servil nos acicala
sin palabras, nos prepara para emerger un día más
en esta nuestra condición de tránsfugas.Mi estancia en la casa llega a su fin
y es todo este gentío indiferente,
o usted mismo, quien la recordará,
no ahora,
no aquí,
sino en un quebradizo azar del recuerdo;
pues será en el reflejo de la asombrosa fachada,
entre el doble ventanal de estrecho cristal, donde accederá
muchos años después y no con poco misterio
a los ojos de alguien que, cuartilla en mano,
saldaba estos versos tras caminar largamente, regresado
por casualidad solo para observarles desde aquel ventanal,
ojos ahora sombríos sobre el enhiesto papel deslucido
de una fotografía ennegrecida.
