Jorge Rodríguez Acevedo, UPR-M
Una mirada a Carlos Raquel Rivera, ¿Surrealismo o Pesadilla?
Tinta regada
1 de mayo de 2024
En 1960, un artista entró con una hachuela escondida dentro de una bolsa de papel al Museo de la Universidad de Puerto Rico. Se personó frente a su obra; el grabado que leía en su parte inferior: “Elecciones Coloniales, Linóleo sobre papel, Carlos Raquel Rivera, 1959”. Lo descolgó y procedió a destruirlo. Luego, cortésmente, se despidió de los testigos y salió de la sala.
En el libro de reciente distribución, Carlos Raquel Rivera ¿Surrealismo o Pesadilla?, Ernesto Álvarez realiza una magna aportación al estudio comprehensivo sobre la obra y ser de dicho artista puertorriqueño. Comienza, en su primer capítulo, por establecer un recuento de las fuerzas imperantes que afligieron e influenciaron los diferentes movimientos de expresión artística en la isla a través de la historia, haciendo hincapié en la abstracción, y la influencia que esta ejerce sobre el estilo, e imperante surrealismo, de la obra de Rivera. A su vez, como recuento sobre la historicidad de la pintura en la isla, se destaca el significado y la identidad que simbolizan Francisco Oller y José Campeche. Los nombres de estos eran los que se proponían para bautizar el Museo de la UPR “pero pudo más la política en uso y se le dio el nombre de Luis Muñoz Rivera” (18, Álvarez).
En respuesta, se levantó la voz del boicot por parte de los artistas plásticos del país. Rivera, participante activo en este, al enterarse que una obra suya (que residía en la colección de Félix Bonilla) había sido utilizada en una exposición, luego de que este expresara la rotunda negativa ante ello, empuñó una hachuela y abrió paso a una leyenda verídica. Su rebeldía y fuerza moral, su firmeza de carácter y convicciones, danzaban junto a su bondad, su compromiso, su sencillez de trato y calma habitual. La sensibilidad y calma de Rivera permean su obra tanto como su rebeldía y fortaleza. Un arte consciente de la realidad de su día, en el cual la desfiguración del objeto, a nivel imaginativo, busca romper con la mímesis tradicional en búsqueda de innovación.
En el capítulo IV, que lleva por título el mismo del libro, se explora el surrealismo trastornado que presenta Carlos Raquel; particularmente en su oleo “Paroxismo” (1965). Ernesto Álvarez deja ver aquí la semilla inicial del libro, pues este ensayo de crítica fue publicado en En Rojo, Claridad en junio de 1978. En este, se explora la niebla, la oscuridad contrastada con el azul de la quimera, las caras perdidas de los hombres al fondo, la desfiguración parcial de rostros y formas en búsqueda de la expresión de una pesadilla viviente.
El capítulo VI, “Chimba Carbonera” consta de una de las instancias en las que Álvarez nos ilustra las meditaciones de Carlos Raquel. Esta serie de dibujos, bocetos y estudios devela el proceso creativo conducente a la obra final; en este caso, el grabado de importe surrealista, que se vale del recurso “op-art”, “Chimba Carbonera” (1983). Se ve la estructuración de los trazos, como se sintetizan las formas con el paso de las hojas, el surgimiento de las ideas y la elaboración de la composición. Como la curvatura del cielo transmuta a la espalda de una mujer. Lo que demuestra una preparación y meditación total en cuanto a la ejecución de la obra de arte.
El capítulo VII “Portafolio de dibujos a pluma y tinta” nos impone las alucinaciones de Carlos Raquel Rivera a base de líneas simples. Líneas sueltas, entrelazadas, libres, que juegan con el vacío y capturan lo esencial. Su obra es poética, llena de carácter, al igual que su vida. Entre las anécdotas Álvarez recopila un hecho poco conocido: el carro-galería. En “IX: Atisbos en mi colección” relata la historia del auto Renault de Rivera, cual se encontraba en condiciones deplorables, pero funcionales. Este, en lugar de pintarlo de la forma convencional para mejorar su apariencia, decidió convertirlo en un museo andante de su obra, pegándole “no menos de 100 cuadros en miniatura”, algunos de estos hoy en la colección personal de Álvarez. Muchos miden no más de una pulgada y media, pero no por ello son obras menores. De estas, se ilustran seis obras en el texto.
El capítulo XII “Autorretratos, Pinacotea Breve”, evidencia la autorreflexión del artista. Por ejemplo, el linóleo “autorretrato 8/10”, juega con los espacios de luz, con la abstracción precisa y la oscuridad. La diferencia entre la técnica y ejecución de cada autorretrato denotando una mirada plural ante la visión propia. También, Álvarez nos revela esta sensibilidad a través de la cotidianeidad del artista, como este hacia frente al mundo. De particular relevancia es un escrito antes desconocido, del puño y letra de Rivera, que fue publicado en En Rojo, Claridad (febrero, 1991), y compilado bajo el capítulo XIV. En este, titulado “Como si estuviera pintando”, sus palabras, recopiladas y sacadas del olvido por Ernesto Álvarez, trazan el camino de un viaje a su lugar de nacimiento, donde recuerda, como si trazara en carboncillo, lo captado por su ojo, los detalles, los cambios de color, la persecución de los perros. Un ojal a través del cual ver su concepción de mundo e interior de Carlos Raquel Rivera.
Excepcionalmente, el capítulo X, “Los Grabados Clásicos: oscultando detalles”, funge como fuerza documental de la proeza expresiva de Raquel Rivera. “El Pegao” (1959) y su violento miniaturismo surrealista, “Conceptos Antagónicos” (1983) con su pluralidad de lo que edifica y entra en las personas, “1898” el cual es símbolo pictórico de la continuidad colonial en la isla y el clásico “Huracán del Norte” (1955) obra insigne del grabado puertorriqueño que fue galardonada con el Premio de las Naciones en la Primera Bienal Mexicana de 1958, entre decenas de otro. De esta manera, este libro se convierte en uno de los mayores recursos en torno a la obra de Carlos Raquel Rivera, (particularmente el grabado, pues se en diferentes capítulos, por ejemplo el XIII, se aborda dicha técnica) cual ha carecido de un “catálogo razonado” o investigación amplia y completa hasta ahora.
El libro culmina con el capítulo XVI. Este consta de una serie de testimonios sobre el artista, en voces de grandes ilustres de las artes puertorriqueñas. Voces como Rafael Tufiño, Antonio Martorell. Mayra Montero, Nelson Sambolín, entre otros, que relatan sus vivencias y creencias frente a Rivera y su obra.
Así, se humaniza un mito, se pone al alcance de la mano, de forma palpable, el corazón y ser de Carlos Raquel Rivera. Con ello, Ernesto Álvarez ha logrado proveer una mirada abarcadora y contundente ante la obra de uno de los grandes maestros de la plástica puertorriqueña.
