Annette Martínez Iñesta, UPR-M
Nuestro Palacio de Inteligencia Artificial
Tinta regada
1 de mayo de 2024
En 1516, Ludovico Ariosto publicó la primera versión de la obra que se convertiría en el best seller del “Cinquecento italiano”, ampliamente considerada como la primera novela moderna. En su obra “Orlando Furioso”, Ariosto incorpora elementos mágicos que rivalizan con la fantasía contemporánea, entre ellos la invención de la criatura mítica conocida como el hipogrifo, una amalgama de caballo y grifo, que ha perdurado en el mundo mágico de Hogwarts, el juego Dungeons & Dragons, y más recientemente en la película “Rebel Moon”, todo sin la ayuda de ChatGPT.
Específicamente en el Canto XII de su obra, Ariosto presenta el Palacio Encantado, concebido por el mago Atlante con el siniestro propósito de distraer a los personajes en su viaje y persuadirlos para que persigan inútilmente su deseo más profundo. A través de un hechizo, Atlante atrae a sus víctimas mostrándoles sus tesoros más anhelados, sólo para sumergirlos en una trampa de ilusiones sin salida, dentro de este laberíntico Palacio de mármol. Estos personajes, seducidos por sus ambiciones, se ven incapaces de discernir entre la realidad y la ficción, condenados a seguir eternamente lo que los condena.
En el siglo XVI, Ariosto recrea la realidad inquieta de la época en su obra, y el Palacio de Atlante simboliza un reflejo de los humanos que vivimos en una eterna búsqueda de lo inalcanzable. Lo que Ariosto no podía prever es que en el siglo XXI nos encontraríamos inmersos en un Palacio aún más vasto y complejo que el de Atlante, ya que, a diferencia de la novela, no contamos con una Angélica con un anillo mágico que nos venga a salvar del mundo de las ilusiones y a mostrarnos la realidad tal cual es. Nosotros, por el contrario, tenemos a Gemini, Sora, a Siri, a Copilot, ChatGPT, y a toda serie de aplicaciones impulsadas por la Inteligencia Artificial, que, como Atlante, nos dificultan cada vez más poder distinguir la ficción de la realidad.
Vivimos en un momento en el que un avatar tiene más popularidad y seguidores en las redes sociales que una persona que ha dedicado su vida a convertirse en un influencer exitoso (véase Aitana o Emily Pellegrini, una modelo italiana creada por IA (Inteligencia Artificial) que gana sobre $10k al mes). Una época en la que la inteligencia artificial tiene más tacto en la comunicación que muchos doctores con sus pacientes, y en la que todos somos capaces de cantar como Celine Dion si ello nos apetece, convertirnos en el próximo Picasso, o ser el próximo Christopher Nolan del mundo del cine. Podemos hablar con nuestros seres queridos que han trascendido a otro plano con el propósito de engañar nuestras mentes y pensar que aún siguen vivos, y podemos hacer que el Papa lleve puesto un abrigo blanco porque así se ve más moderno. Podemos hacer hasta que Bad Bunny entone finalmente y cante el Burrito Sabanero. Claro, no es una casualidad que esto se conozca como deepfake, hay cosas que nunca podrán ser realidad sin hacer trampa. El problema está en el momento en que ya no podamos distinguir la ficción de la realidad, los filtros de lo auténtico, y quedemos atrapados dentro del Palacio del AI.
Cuando Ariosto dedicó su escrito al Cardenal Ippolito d’Este, el mismo le respondió preguntándole de donde había sacado tantas sandeces, refiriéndose a los magos, los encantos, las criaturas mágicas usadas en la obra. (“Dove avete trovato, messer Ludovico, tante corbellerie?”). Pobre Cardenal d’Este, no sabía que en el siglo XXI ya todos somos magos, encantadores, y coexistimos con las criaturas mágicas.
