Iliaris A. Avilés-Ortiz
Ni pingüinos en Alaska, ni margaritas en la estratosfera.
Reflexiones para desarrollar una consciencia ética frente al turismo de masasTinta regada
9 – enero de 2026
Por Las Ramblas, cien mil guiris de un crucero
Un turismo que hace odiar al mundo entero, oh, no
Calle arriba y a cuesta abajo, en contra dirección
Asumiendo que te he soltado y que alguien dirá: “error”-Rigoberta Bandini, “Contradicción”
Hoy día son selfies y un sinnúmero de fotos tomadas y editadas en el teléfono móvil para lucir aesthetic, antaño pinturas de variada composición y entradas de diarios en las que se inmortalizaba la peripecia. Viajar formaba parte de la formación académica, cultural, intelectual y vital de la aristocracia—sobre todo inglesa—entre los siglos XVII y XIX. El devenir de este viaje iniciático o Grand Tour se encuentra vinculado a los postulados del empirismo británico: la experiencia es una pieza central en la obtención y elaboración del conocimiento. Sin embargo, en pleno siglo XXI, cabe preguntarnos si el viaje más que un proceso de formación, descubrimiento de los otros y de uno mismo, se ha convertido en una práctica social simbólica y vacía que pone en riesgo patrimonio histórico y cultural, comunidades vulneradas y la propia naturaleza.
En junio de 2023, el mundo de la virtualidad se llenó de titulares, pero también de memes alusivos a un mismo evento: la implosión del sumergible Titán con una tripulación de cinco integrantes, todos fallecidos en el siniestro.[1] Si bien es trágica cualquier pérdida de vidas humanas, la discusión se movió al lado económico, pues los espacios para formar parte de esta expedición tenían un costo de $250,000 por pasajero. Por supuesto, algunos usuarios en las redes digitales lamentaban el suceso, pero otros compartían grotescas viñetas que—en la entrelínea—dejaban de manifiesto la urgencia de una reflexión más profunda en torno a las marcadas desigualdades sociales, las experiencias turísticas extremas y la responsabilidad medioambiental. A este evento se le han sumado otros en años recientes; sin embargo, también se le han sumado otras formas de turismo nunca antes pensadas (salvo por Julio Verne) y en las que se ha instrumentalizado el conocimiento científico y técnico como sucedió con el viaje del Blue Origin que tanto dio de qué hablar en la primavera de 2025 a propósito de la margarita que Katy Perry llevó consigo al espacio y de una Lauren Sánchez a punto de convertirse en la consorte de uno de los hombres más ricos del mundo, Jeff Bezos.[2]
Al momento, según la Federación Aeronáutica Internacional (FAI con sede en Suiza), han viajado al “espacio” (la definición de «espacio» o de cuántas millas sobre la superficie de La Tierra queda a debate) un total de 682 personas.[3] Cabe mencionar que, según la estadística disponible, casi todos estos viajeros estelares se identifican como hombres estadounidenses. Por su parte, el pasado 2024, la Antártida recibió un número récord de visitas con un total de 122, 000 viajeros.[4] Mientras estas cifras aumentan, destinos populares y no extremos como Venecia, Santorini o Barcelona no dan abasto para hacer frente a las oleadas de turistas en mega cruceros.
Parecería que después de la pandemia del COVID-19 hemos visto un aumento considerable en el turismo de masas y los procesos de gentrificación y turistificación de los espacios son la orden del día. El caso español es paradigmático por sus multitudinarias protestas en Tenerife[5] o Barcelona, y el puertorriqueño ha sido visibilizado en el vídeo de “Turista” de Bad Bunny, quien—paradójicamente—también ha influido en el aumento del turismo a Puerto Rico a propósito de su residencia artística “No me quiero ir de aquí” (2025).
Como antítesis de Taylor Swift, Cristiano Ronaldo y Georgina Rodríguez, a comienzos de la segunda década del siglo XXI, han surgido diversos grupos y movimientos sociales, como Flygskam (en sueco, “vergüenza de viajar”) que han optado, por convicción, dejar de viajar o, al menos, no transportarse en avión. Su compromiso radica en una preocupación real por el impacto medioambiental de las emisiones de gases que producen los vuelos comerciales. Si bien parece una iniciativa loable como cualquier alternativa vinculada al consumo ético despierta interrogantes, pues, en este caso concreto, ¿qué hacemos las personas que nacemos en islas con pobre infraestructura para poder desplazarnos y conocer el mundo del que también somos parte? ¿Qué pasa si la alternativa más viable económicamente es esta?
En el caso de los puertorriqueños, la insularidad se nos presenta, muchas veces, como una frontera en tanto que es una insularidad mediada por nuestra situación política colonial. No pensamos el mar ni el océano que nos rodea como un mare nostrum que nos conecta o une con el mundo; más bien, son una frontera que desvanecer mediante el vuelo. No hay duda de que viajar es una forma de crecer, experimentar y conocer otras culturas, pero ¿cómo hacerlo bien? ¿Cómo hacerlo de una manera responsable y ética?
En su XIII Asamblea General, la Organización Mundial de Turismo (OMT) aprobó el “Código Ético Mundial para el Turismo” y este fue refrendado en el 2001 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. En el mismo no solo se reconoce el derecho al desplazamiento para fines turísticos (no perdamos de perspectiva que también todos tenemos derechos culturales y de eso apenas se habla en nuestra isla); sino que, a lo largo de sus diez artículos, podemos entrever la búsqueda del crecimiento y respeto mutuo mediante el intercambio entre pueblos con el fin de un florecimiento en la producción cultural humana, la armonía y la responsabilidad como brújula del turista, la necesidad de salvaguardar los espacios humanos y naturales, y la reiteración de los derechos y obligaciones de los trabajadores del sector turístico.
El primer artículo de este código redunda en la necesidad del entendimiento, en la cultivación del respeto y la conciencia hacia el otro y el medioambiente. Los incisos 5 y 6 son muy valiosos:
5. En sus desplazamientos, los turistas y visitantes evitarán todo acto criminal o considerado delictivo por las leyes del país que visiten, y cualquier comportamiento que pueda resultar chocante o hiriente para la población local, o dañar el entorno del lugar. Se abstendrán de cualquier tipo de tráfico de drogas, armas, antigüedades, especies protegidas, y productos y sustancias peligrosas o prohibidas por las reglamentaciones nacionales.
6. Los turistas y visitantes tienen la responsabilidad de recabar información, desde antes de su salida, sobre las características del país que se dispongan a visitar. Asimismo, serán conscientes de los riesgos de salud y seguridad inherente a todo desplazamiento fuera de su entorno habitual, y se comportarán de modo que minimicen esos riesgos.[6]
En otras palabras, respeto y conciencia del entorno. Si bien estos incisos parecen punitivos al hablar de leyes contra actos delictivos y de riesgos a la salud, estos también nos invitan a problematizar y ejercitar nuestra imaginación narrativa y ética y es lo que nos proponemos realizar en las próximas líneas. No hay pingüinos en Alaska ni flores en la estratosfera. Todo tiene su particularidad, su lugar y hay que respetarlo y protegerlo.
Cuando se es turista, más que nunca, se debe tener consciencia del espacio, del lugar, de quién uno es, de quién es el otro, de qué uno es para el otro y de que existen espacios que simplemente son sagrados. Hace algunos años, en una visita al Parque Nacional de Tongass en Alaska, mientras realizábamos una parada al baño para proseguir nuestra caminata, nos encontramos con una mujer de mediana edad que iba calzada de tacones tipo stiletto y un ostentoso bolso/cartera, esta se tambaleaba por la gravilla del pórtico. No podíamos dejar de mirar a la mujer, de mirar sus labios de rojo carmesí, porque contrastaba grandemente con el contexto: una reserva natural.
En este tipo de espacios las fragancias y los colores que uno viste sí importan, los sonidos que producimos sí importan, no se trata de una etiqueta trivial, sino de supervivencia propia y del medio. No somos amos, ni señores de la naturaleza, somos animales y, como tal, somos parte de la cadena trófica. Somos consumidores, sí, pero también podemos ser consumidos por otro animal no humano. Es momento de que comencemos a ajustar nuestra posición en el mundo, desplazarla de la centralidad. ¿Por qué ir con tacones tierra adentro? ¿Por qué fotografiar y ser fotografiado ante un paisaje sin disfrutarlo, sin mirarlo o entenderlo?
El paisaje, sin duda, se ha convertido en otro objeto más de consumo, pero consumo instagramable y desechable para el turista. Es decir, empleando la nomenclatura debordiana: un espectáculo. A la altura de 1967, el filósofo y cineasta francés, Guy Debord escribió La sociedad del espectáculo que, si bien no realiza una exploración directa del fenómeno turístico contemporáneo, sí nos da unas claves valiosas para poder entender lo que ha sucedido con la turistificación de los espacios:
La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social produjo en la definición de toda realización humana una evidente degradación del ser en tener. La fase presente de la ocupación total de la vida social, por los resultados acumulados de la economía, conduce a un desplazamiento generalizado del tener hacia el parecer, del cual todo “tener” efectivo debe obtener su prestigio inmediato y su función última. Al mismo tiempo, toda realidad individual ha llegado a ser social, directamente dependiente de la potencia social, elaborada por ésta. En la medida en que la realidad individual no es, le está permitido aparecer.[7]
El viaje turístico, por su origen, por sus implicaciones, siempre ha estado vinculado al capital económico, cultural y social; sin embargo, más que nunca, en consumo y juego de representaciones simbólicas: viajamos, ergo tenemos capital; viajamos, ergo somos cultos/interesantes/aventureros ante los demás. Esto también puede explicar la “desacralización,” por medio de la fotografía, de espacios. No es que los espacios sean necesariamente sagrados, pero sin duda, no es lo mismo tomarse una foto en una fiesta de cumpleaños que ante las puertas de un campo de concentración o un camposanto para que todos se enteren dónde estamos. Ser es saber estar también. ¿Acaso no hemos visto rostros ingenuos y sonrientes haciéndose selfies frente a una cámara de gas o en El Valle de los Caídos?
Cuando Immanuel Kant evoluciona el concepto de lo sublime burkeano (delightful horror), lo biparte en lo sublime matemático y lo sublime dinámico. En ambos casos, el ser humano experimenta una especie de composición de lugar, donde se siente pequeño ante la magnitud o las fuerzas de la indómita naturaleza de la que muy racionalmente nos hemos querido distanciar. La contemplación de paisaje se convierte en un medio para el mejoramiento moral. Sin embargo, nuestra actual relación con el paisaje ha dejado de ser así. Hemos dejado de contemplar y disfrutar, ahora solo nos peleamos por el espacio para tomar la foto con más “likes”, atentando contra el código para un turismo ético.
En otros viajes, habíamos cruzado parte de los Alpes, cuyo paisaje se caracteriza por la presencia de glaciares; sin embargo, cuando estuvimos frente al Glaciar Sawyer en Alaska, pudimos no solo entender, sino sentir lo sublime kantiano. Nuestra pequeñez y la conciencia de que esa belleza y grandiosidad helada se derrite a un ritmo acelerado nos hizo saltar lágrimas. Nunca nos habíamos emocionado así, ni siquiera en aquellos lugares que soñábamos algún día visitar. Era el silencio, era el frío, la solemnidad y la majestuosidad de las capas de hielo, signo de millones de años ante tus ojos. Esto nos hacía sentir la insignificancia y el atrevimiento del sapiens por explotar esa naturaleza que le ha cobijado.
Algo parecido sentimos en Tongass, ahí donde dejamos a la mujer pingüino. En este parque quedan registradas las marcas que delimitaban el Glaciar Mendenhall hace apenas ciento dos años (1923). Hoy día, lo que hace una centuria era hielo, es bosque. Esta experiencia, sin duda, puede modificar nuestro carácter moral, algo que, personalmente, nos sucedió. Estábamos ahí y nos sentíamos afortunados al verlo y experimentarlo; pero, por otro lado, nos sentíamos desolados y rabiosos de que otros visitantes que—posiblemente—llegaron en avión, como nosotros, dejaran su rastro, la huella de su tacón o su basura ahí: la culpabilidad muy hipócrita y humana a su vez. ¿Qué hacer con la doble moral y la contradicción humana?
Sin duda, el turismo de masas está arruinando el planeta, pero también lo hace ese que se tilda de «verde» o de más «comprometido». En 2024, pudimos visitar la Península Antártica en una larguísima travesía en barco. Según los supuestos del Tratado Antártico y de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO), los barcos que operan en esa ruta, además de ser piloteados por expertos marineros de rompehielos, deben cumplir con unos rigurosos protocolos de seguridad, limpieza y con un programa educacional a la tripulación turista y huésped. Durante ese mismo verano austral, miles de pasajeros cruzaron las gélidas aguas que Amundsen o Shackleton osaron pisar en la exploración y conquista antártica de finales del siglo XIX y comienzos del XX, pero cómodos con chocolate caliente y cámaras en mano.
En barco, luego de cruzar el Pasaje de Drake, se nos prohibió el uso de servilletas y vasos de papel/plástico para evitar que el viento que azota la cubierta o, simplemente un descuido, provocase que algún desperdicio u objeto humano terminara en las aguas donde habitan especies protegidas como la ballena azul o el pingüino emperador. Sin embargo, damos testimonio de que estos esfuerzos son en vano si, por ejemplo, a nivel individual dejamos bufandas u otros efectos personales en el balcón o en cubierta, como—en efecto—pudimos presenciar en varias ocasiones. Son esos extraños objetos voladores, que se convertirán en vestigios de un nuevo destino de explotación turística, una razón manifiesta para atajar por siempre el debate: sí, ¡estamos en el antropoceno!
Imaginemos que cada día, en cada barco, John Doe, pierde su bufanda en las aguas de los pingüinos. Multipliquemos esto por dos décadas. La matemática nos lleva a pensar que es insostenible. Estar consciente es también reconocer el privilegio, la responsabilidad, pero sobre todo, el saber estar. En este caso concreto, saber de que se está y no se debería estar y, por tanto, deberíamos estar más alertas y ser más cuidadosos ante ese privilegio. ¿Sabemos estar? ¿Podemos meternos en la piel del otro? ¿Podemos contemplar y no cosificar/desnaturalizar?
El ser depositarios de unos derechos culturales y turísticos no justifica nuestro afán por poseer los paisajes, las culturas, las gentes y luego desecharlas tras la aventura. Viajar es aprender en la praxis, enfrascándose en otras realidades, es como una peregrinación en donde tenemos deberes. En Echar raíces (1949), la filósofa francesa Simone Weil explica muy bien lo que constituyen los deberes:
La noción de obligación prima sobre la de derecho, que está subordinada a ella y es relativa a ella. Un derecho no es eficaz por sí mismo, sino sólo por la obligación que le corresponde…un hombre sólo tiene deberes…[8]
Nuestro deber cuando viajamos es saber estar. ¡A poner este deber en la maleta!
[1] ABBAS AHMADI, Ali (5 de agosto de 2025). “Titan Implosion That Killed All Five On Board Was ‘Preventable’, Says Report”, BBC News:
https://www.bbc.com/news/articles/cwy57pnjw4wo
[2] ARANA, Ixone (14 de abril de 2025). “El vuelo espacial de Blue Origin “solo para mujeres” de Jeff Bezos, con su prometida o Katy Perry como tripulantes, completa su misión.” El País: https://elpais.com/gente/2025-04-14/el-vuelo-espacial-solo-para-mujeres-de-jeff-bezos-con-su-prometida-o-katy-perry-como-tripulantes-completa-su-mision.html
[3] S.N. “Astronaut/Cosmonaut Statistics”: https://www.worldspaceflight.com/bios/stats.php
[4] EVANS, Jason. (28 de octubre de 2024). “Cómo el lugar más frío de la Tierra se convirtió en uno de los lugares de vacaciones más populares del mundo”. CNN en Español: https://cnnespanol.cnn.com/2024/10/28/antartida-convirtio-lugares-vacaciones-populares-trax/
[5] VEGA, Guillermo. (18 de mayo de 2025). “Más de 23.000 personas vuelven a la calle para reclamar límites al turismo en Canarias”. El País: https://elpais.com/economia/2025-05-18/mas-de-23000-personas-vuelven-a-la-calle-para-reclamar-limites-al-turismo-en-canarias.html
[6] Organización Mundial del Turismo. “Código Ético Mundial para el Turismo y otros documentos para un turismo responsable”. ONU / OMT, 2009 [1999], p. 8: https://webunwto.s3.eu-west-1.amazonaws.com/s3fs-public/2019-10/gcetpassportglobalcodees.pdf
[7] DEBORD, Guy. La sociedad del espectáculo. Ediciones Naufragio, [1967], p.10-11.
[8] WEIL, Simone. Echar raíces. Valladolid: Editorial Trotta, 1996 [1949], p. 23
