Carlos A. Peón Casas
Un Hemingway de hace cien años hace sus pininos en el Toronto Star
Tinta regada
1 de enero de 2025
Justo para los primeros días de Enero de aquel 1920, un Hemingway de apenas veinte años, aceptaba una muy lucrativa propuesta de una familia de Toronto: los Connable, para servir de acompañante al hijo de la pareja, incapaz de valerse por sí mismo.
Mr. Ralph Connable, el jefe de familia, era por entonces el representante de la sucursal canadiense de la archifamosa firma norteamericana Woolworth, con sus populares tiendas, especializadas en ventas de mercaderías por cinco y diez centavos, y que acá conocimos con el apelativo de los Ten Cents.
Ralph Jr., el joven baldado, un año menor que Hemingway, quedaría a su cuidado por una temporada de algunos meses, mientras sus padres y hermana mayor se ausentaban en unas vacaciones en Palm Beach.
La misión encomendada al joven Hemingway no tenía más complicaciones que asistir junto al muchacho a juegos de hockey y peleas de boxeo, fiestas y conciertos, mientras una bien provista servidumbre se encargaría de atenderlos en la espléndida mansión de los Connable, ubicada en una área muy aristocrática de la ciudad de Toronto, y dotada de todas las comodidades imaginables y no para aquel jovencísimo Hemingway.
Pero no sólo las bondades de sus huéspedes y el refinado ambiente fueron suficientes para su incurable inquietud, tal y como Baker nos los relata en su indispensable biografía:
“Hemingway estaba muy deseoso de acción como para quedarse merodeando por casa. No había pasado más que una semana de su llegada cuando le pidió a Mr. Connable le ayudara a conseguir empleo en el entonces periódico líder de la región de Ontario, el Toronto Star, que publicaba una edición diaria y otra semanal”[1]
Ni corto ni perezoso, el flamante hombre de negocios, condujo a su protegee ante Arthur Donaldson, quien fungía como el responsable de la parte publicitaria de ambos periódicos.
“Y Donaldson lo invito a un tour por los predios del Star ubicado entonces en el número 20 de la calle King Oeste. El interior del viejo edificio olía agradablemente a polvo, desinfectante, humo de tabaco y tinta de impresión. Donaldson concluyó el recorrido presentándolo a dos jóvenes miembros del staff, quienes compartían una pequeña y polvorienta habitación al final del segundo piso”[2]
Greg Clark y Jimmy Frise, eran aquellos jóvenes periodistas. El primero fungía como editor para la edición semanal, y el segundo detentaba el cargo de jefe de los dibujantes y caricaturistas. Aquel Hemingway, joven y aparentemente novato, que llegaba ante ellos con aquel aire de supuesta inocencia y mal disimulada timidez, acabó ganando su atención, cuando con un gesto muy suyo acabó por sentarse encima del radiador, desbotonó su abrigo, y les espetó sin más ni más que ya había sido reportero para el Kansas Star.
Baker sigue narrando la sorpresa del propio Clark ante tan inédito dato:
“Entonces lo miré, y me dije a mí mismo, diablos, este chico trabajó para ellos”. Era, (sigue diciendo Baker) “como si hubiera dicho que hubiera trabajado para el Manchester Guardian: El Kansas City Star era el santo grial de los periodistas de todo el continente”
Hemingway no dejó de visitarlos un día sí y otro también. Enseguida intimó con Jimmy Frise, quien lo inició en el esquiaje, deporte del que luego se hizo un entusiasta. Su colega Clark, era más desconfiado, y le decía al primero que no le diera mucha confianza: “mira un día te va a pedir prestados diez dólares y va a ser el último día que lo veas”[3]
Pero Hemingway siguió perseverando, y al final, sigue narrándonos Baker:
“el propio Clark acabó capitulando.. Por el amor de Dios, Hemingway”, le espetó una mañana, “¿tú quieres un empleo? Cuando Hemingway le dijo que sí, lo condujo de inmediato ante el editor de la sección semanal, de apellido Cranston, quien le otorgo algún espacio en aquella”
Enseguida el propio Cranston, dotado con ciertas miras promocionales para los jóvenes escritores, y ansioso por lograr que el semanario alcanzara un lugar entre las preferencias del público local, descubrió las buenas cualidades de Hemingway para escribir en un Inglés potable, y sus salidas humorísticas.
Su primer trabajo, con una extensión de mil palabras, vio la luz el día de San Valentín, y versaba acerca de una costumbre en boga entonces entre las damas de prominencia social, de rentar pinturas originales de artistas locales para lucirlas como propias.
Entre mediados de febrero y mediados de mayo de aquel 1920, Hemingway firmó otros diez artículos. Cranston, encantado con aquellas producciones del joven corresponsal, le subió la categoría a reportero, y de paso, también el salario, a la nada despreciable cifra, para un novato, de un centavo por palabra.
Para entonces, sus colegas del periódico habían sucumbido a sus encantos. Baker sigue narrando como
“les contaba interminables historias falsas con una cara muy circunspecta, llegando a convencer a Cranston que había sido un vagabundo desde el día en que abandonó el High School, habitando junglas infectas y merodeando a su aire. Les decía que se había alimentado de todo tipo de gusanos, lagartos, y todas las alimañas del gusto de las tribus salvajes, sólo por probar su sabor. Les provocaba comentarios y risas por su vestuario de camisa roja y su jacket de piel negro, ahora muy usado en la zona de los ojales, por su dificultad para pronunciar las eles, (…)Sorprendió a Greg Clark con sus habilidades para la pesca de la trucha. Era igualmente un gran promotor de las discusiones literarias. Sus opiniones iban siempre a los extremos. Un libro podía ser una gran cosa, o literalmente pútrido, sin pasar por grados intermedios. Tenía una gracia para la invención de ingeniosos ganchos periodísticos con que adornar sus historias y era sumamente hábil para convertir cualquier asunto en una historia de interés humano y vendible. John Bone el editor en jefe del Star de tirada diaria, se percató de que había en el un potencial de futuro para el periódico.”
Pero Hemingway no consideraba que aquel era todavía el momento para iniciar una carrera periodística en serio[4].
Terminado su compromiso con los Connable, en mayo de aquel año, se dijo que era un buen momento para pasar otro verano en Michigan.
Pero no partió con las manos vacías. Se fue de Toronto con nueve dólares que ganó por un reportaje sobre Georges Carpentier el campeón de boxeo europeo quien tuvo por entonces una pelea de exhibición en la ciudad, y cubrió el precio del pasaje en tren a Oak Park con otro material sobre el tráfico de ron canadiense.
El periodista estaba hecho. Aquellos aprendizajes le dieron el pistoletazo de partida, y el oficio donde se curtió, fue igualmente un válido trampolín para alcanzar la fama que como narrador, le perseguía desde siempre, y le esperaba a la vuelta de alguna fortuita esquina de su temperamental pero igualmente creativa vida.
[1] Ernest Hemingway. A Life Story. Carlos Baker. Charles Scribner’s Sons. NY, 1969. p. 69
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] La puerta quedaba, de cualquier modo, abierta, para una próxima experiencia, esta vez como corresponsal del Star en Paris, a partir de 1922, cuando se estableciera en aquella ciudad con su flamante esposa Haddley Richardson.
