Jeffrey Herlihy-Mera
Peregrinar a Cuenca
Tinta regada
9 – enero de 2026
Los mejores viajes son como canciones o novelas: te hacen querer vivir, querer conocer y saber y experimentar, y saber/conocer por experimentar. Así, el viaje puede ser la sangre de la vida. Creo que los que conocen un solo lugar no lo conocen muy bien; hay que irse y regresar para entender lo que es, cómo te enmarca, cómo participa en los límites del conocimiento e identidad de uno. Hay riqueza en peregrinar, si sea hacia el mar o tierras calurosas, o hacia las bibliotecas y tertulias de ciudades lejanas y cosmopolitas. Si peregrinar ennoblece a la vida, también aumenta la frontera de experiencia y como tanto de la consciencia.
La primera vez que visité a Cuenca, tenía 24 años y vivía en España. Habitaba en L’Hospitalet, un barrio de Barcelona conocido como “la Mitad del Mundo” por la presencia ecuatoriana. Había escuchado maravilla tras maravilla de la ciudad, y en fiestas de Cuenca de 2002, tuve la buena fortuna de venir. Tres horas después de asentar mi mochila en un cuarto chico de un hostal en la Pumpapungo, hubo una de estas explosiones que redirigen y redefinen la vida de uno: vi a una chica vestida en un suéter blanco sin mangas, riéndose, sonriendo. Ruborizada. Esa chica estaría conmigo en México D.F. y en París, en Miami y en Puerto Rico, en Buenos Aires y en Boston, en Madrid y en Mumbai, y en 2 ocasiones en el Hospital Bella Vista de Mayagüez. 8 años después de esas fiestas de Cuenca, estuvo conmigo en la Virgen de Bronce, mis padres y hermanas detrás de nosotros, con sus familiares llenando la fila antípoda.
Antes de los gringos, su ciudad fue codiciada por los inca como los cañari y los sefarditas, huyéndose de la corona española y sus brazos Sevilla, Lima y Quito; sube la montaña desde Puerto Inca; más allá de las Tres Cruces, camina hacia la Amazonía hasta la meseta fértil de cuatro ríos. La dificultad de llegar a Cuenca, a Tomebamba o sus otros nombres, inclusive con aviones sobrepasándonos, es parte de su encanto y de su misterio.
¿Qué novela se vive en Cuenca? ¿Qué canción se le alumbra? La canción tiene que ser un vallenato desesperado por Julio Jaramillo (versionada por Carlos Vives—el genio que vivió muchos años en Mayagüez). O es una novela de Fitzgerald quizás, o de Rafael Argullol o de Sandra Cisneros, autores que hacen monumentos de ciudades que visitan y que aman.
Creo que uno puede vivir una novela: la novela cuencana tendrá lugar en una ciudad lejana, montañosa y desconocida, con adoquines satinados con lluvia, pasiones ilustrando y empanando los vidrios detrás de los balcones del centro.
Cuenca has a small colonial quarter up on a diminutive meseta surrounded by four rivers. I think of it as a Cañari-Inca-Spanish Nantucket tucked away in mountains that are beyond description. It is beautiful after the rain.
Pre-Columbian farming terraces (some still in use) rise up the banks at the confluence of two rivers, and above those are the cobblestoned streets of the town center, and above those is the cathedral.
The part of town around the market is Kichwa-speaking. Many in this area have relatives in Spain or New York, or have lived there and returned: There’s been a multilingual life here for centuries.
Now we are in a car bumping up and down cobblestones, with two or three conversations occurring simultaneously; laughter erupts every few seconds as [mi hijo] Santiago’s cousins tell him new Kichwa words and he tries to pronounce them.
At the corner of Calle Miguel de Santiago and Calle Rafael Salas, streets named for two painters, we get our things from the trunk.
For just under two decades I have been coming to this place. It is the childhood home of Joanna [mi esposa] and, by connections both cultural and physical, of our son. It’s where I’ve written two books, watched four World Cup finals, and considered applying to jobs in Puerto Rico. (“Where Are You Going? a Bus Ride Through the Languages of Ecuador”)
Ya llevamos casi 18 años en Puerto Rico; Santiago tiene un hermano menor, Alejandro (quería ponerles Guayasamín como segundo nombre). Ambos hablan dos versiones de inglés (boricua y norteamericana) y español (boricua y cuencana). Spanglish puede ser si primera lengua, y su kichwa es más fluido que puedo yo lograr. En gran sentido añoro lo que viven. Al inicio de este comentario, puse “los que conocen un solo lugar no lo conocen muy bien.” Esas palabras se refieren a mí mismo. Cuánto hubiese querido estudiar en escuelas en Añasco, Puerto Rico, jugar en una academia de fútbol en Cuenca durante los veranos, pasar inviernos en Puerto Rico, haciendo surf y gozando del Caribe, experimentando en todo momento los puentes entre Cuenca-Mayagüez-Boston—los 3 ejes de sus lenguas y familias, culturas y experiencias.
Como peregrino perpetuo, sí, tengo envidia. Es una envidia grata.
Además del clima, el caso antiguo, los cuyes y los sánduches de pernil, Cuenca también tiene una cultura intelectual casi sin comparación. De hecho, diría que Cuenca tiene algo superior a las grandes ciudades, si nada más porque la gente cuencana no tiene—o no suele tener—las pretensiones que a veces caracteriza las grandes capitales culturales.
Tal vez por su lejanía y geografía aislante, combinado con su cruza-camino histórico, los cuencanos tienen lo que se han desarrollado en la cultura judía y la irlandesa y la boricua: lo que más admiro de esas tres tradiciones es que cada uno de ellos valora las artes portables—el lenguaje, la música, el arte, lo que uno puede llevar sin maleta.
Y Cuenca tiene eso: qué experiencia es saber que gente como Sara Pacheco y Carlos Pérez Agustí y Betty Mejia existen. Da ánimos especiales saber que sus logros provienen de ese contexto. Comparto palabras de Pérez Agustí que me han plasmado una vez tras otra: “Cuando se habla de García Lorca, da la extraña sensación de que hay muertes que son más trascendentes que la propia vida.” Viví 9.5 años en España buscando palabras tan poéticas y conocedoras; las encontré en Cuenca. Crisoles de esas experiencias son Pérez Agustí y su editora Sara Pacheco:
Si heroísmo es una contemplación de la belleza, la herramienta principal de los héroes literarios es la palabra. Sus creaciones inspiran, pero también colocan un marco de lo más allá.
Sus voces dicen una sola cosa: esto es posible…
Carlos Pérez Agustí: cartógrafo de los espacios entre mundos
Cinematógrafo-literato y cuencano-ecuatoriano-madrileño-asturiano mestizo, los guiones de Carlos Pérez Agustí te harán salir de los compromisos del “yo,” a pensar con el oído y el ojo. Si “no hay perspectivas sin utopías,” Pérez Agustí hace caso a sus sueños: sus palabras son mundos, experiencias y amigos. (Héroes literarios: quiero vivir en una casa de palabras)Artista plástico Enrique Dávila Cobos hace preguntas con sus obras. Cuentan historias que reorganizan los horizontes en que uno se confía, abriendo al espectador a inquietudes, a otros espacios de conocimiento. Su arte es una experiencia en pensamiento. Abunda la generosidad de Enrique – una persona digna que comparte sus dones, cosas que aportan mucho a la realidad mía y a la de muchos. Al verlo en Budapest y París, me hace creer, más bien saber, que Cuenca es otra Tenochtitlán, otra Atenas. Si poca gente lo reconoce—no me quejo, en realidad no quiero que sepan.
Nelly Pereira Pereira se mudó de lo que puede ser la capital sefardita ecuatoriana—Zaruma—a Cuenca con 15 años. Su obra abre mundos: entre las bellezas cuentan sus 4 obras maestras que sobrepasan en calidad cualquier otra arte cuencana, ecuatoriana e inclusive sudamericana (tengo prejuicios en decir eso, pero la verdad es que es cierto). Flores, hijas, viajes, consejos caracterizan sus logros, y puede ser que sus obras gastronómicas pasan generaciones, pero su sabiduría va mucho más allá.
Tengo un texto de Andrés de Muller cerca de mi en todo momento. Extranjero en Cuenca como yo, su poesía trasciende la palabra. Ha descubierto temas y colores que no sabía existían, sembrados de las orillas de los 4 ríos. Andrés de Muller es barcelonés, catalán, pero también un hombre del mundo (y cuencano) que ha tocado lo que Rafael Argullol ha tocado: la sabiduría y conocimiento por experiencia.
¿Qué es lo que buscamos en viajar? Derek Walcott ha comentado que “en cambiar de lengua, tienes que cambiar de vida.” Las componentes básicas de la identidad, de la lengua, y como tanto la vida cambian de lugar a lugar: hay otro vocabulario en otro camino, uno que parezca temporal, pero a veces cuenta con una profundidad inaccesible desde los muros caseros. En exteriorizarnos se prende todo eso, pero también hace posible acceder observaciones que gozan de otra latitud de ser y estar—una libertad que facilita posibilidades de conocer, disfrutar y entender, y así apreciar lo que es vivir.
En fin, Cuenca, a un peregrino perpetuo, ¿qué has hecho de mí?
