Carlos Alberto Peón Casas, Universidad de Camagüey
Walt Whitman y Hojas de Hierba. Actualidad y Continuidad.
Tinta regada
1 de mayo de 2024
Walt Whitman es uno de esos nombres de la literatura norteamericana de los que posiblemente todavía siguen emanando, como siempre pasa con los autores controvertidos y controversiales, ondas de un magnetismo tan personal como genial, que alcanza a la literatura, a la poesía, y por clarísima incidencia a los literatos, los poetas y a los que sin estar en uno u otro bando todavía solemos admirar tan buenas vibraciones, escasas por demás en estos tiempos de postmodernidad mal asumida y peor interpretada.
Si yo dijera que este es el autor de un solo libro, como quizás han habido otros muy pocos y geniales a la vez, creo que para ser justos las palmas serían para Alejandro Dumás hijo y su “Dama de las Camelias”; aunque si de verdad se trata de afirmar que un solo texto es suficiente para la gloria literaria de este mundo, y si la Academia Sueca no los hizo sentir menos, fueron los casos de Papa Hemingway y su colosal “El Viejo y el Mar”, y del siempre referente Gabriel García Márquez y su nunca bien ponderada, aunque si socorridamente imitada: “Cien Años de Soledad” los que asuman para toda posteridad y con toda justicia el apelativo. Valga pues la digresión para afirmar que fue también Whitman, un hombre de un solo libro (en realidad escribió varios, o el mismo cada vez), por cierto, un libro de poemas que tiene el mejor mérito de haber sido concebido a través de la larga y fructífera carrera, enmendado, mejorado y engrandecido como bien cuadra a la mejor tradición poética de cualquier lengua, un libro con un título por demás fantástico: “Hojas de Hierba”.
De Walt Whitman,-poeta grande de la Norteamérica decimonónica, cantor excelso del hombre común, el common man, de otras latitudes, quizás más apegadas a la vertientes más auténticas de un Chaucer en los anales de la literatura inglesa, o quizás por añadidura, a las andaduras más reverentes de un Emerson, de quien no le sobrarán elogios en su momento, y luego no le faltarán malentendidos como es habitual que pase con toda efusión que haga de la literatura un cauce, y que por fuerza telúrica no se pliegue y avasalle,-hablamos hoy. Y lo hacemos con reverencia, y aunque de su vida que sobrepasó la séptima década, y en la que hizo de todo, desde trabajar como simple aprendiz de impresor a los 12 años, hasta desempeñarse como maestro de escuela con sólo 17 y luego fundar, publicar y editar un periódico semanal el Long Islander cuando apenas llegaba a los veinte.
Whitman tiene a mi ver, el mérito indiscutido de saber discurrir por entre el apabullante mundo del periodismo y no perder de vista que la literatura es algo más. Sus andaduras de muy temprana juventud como columnista, editor, o simple componedor de página en los diarios de su New York local, no le hicieron dejan la piel del poeta entre los escabrosos senderos que todo escritor de más largo aliento tiene que seguir en pos de la tan ansiada meta literaria.
Tal meta se hizo una realidad cuando Whitman estaba ya en su tercera década de vida, y justo su debut tiene el claro signo de la poesía aunque en tempranos ejercicios literarios haya producido algunos relatos y lo que el mismo llamara su novela temperamental “Franklin Evans” que data de 1842. Este suceso poético del que la literatura norteamericana va a tomar nota como una muestra genial del grandeur de un nuevo y excelso poeta, llamado a revolucionar la poesía de lengua inglesa, fue sin dudas su temprana edición personal de “Hojas de Hierba” en 1855.
La preparación de esta inicial edición de su libro, que corrió completamente a su cargo, y de la que el propio Whitman se sintió satisfecho, sólo al final, cuando la consideró su “tarjeta de presentación”[1], tuvo que afrontar todos los tropiezos posibles, a pesar de que estos doce poemas iniciales, de los que ya algunos eran composiciones anteriores, publicadas con precedencia al libro, como son los casos de cuatro poemas donde “Europe” (1850) y “A Boston Ballad” se incluyen otra vez.
Con una exigua tirada de sólo 795 copias, “Leaves of Grass”, incluía como ya apuntábamos, doce poemas y un prefacio. El libro vio la luz en la primera semana de julio de tal año, coincidente con la muerte de su padre, y la recepción de una carta de parte de Ralph Waldo Emerson saludando el libro. Este último hecho va a tener, como ya veremos luego, una más bien desfavorable repercusión en lo que serán las futuras ediciones del libro del novel poeta.
En su carta laudatoria el por entonces ya célebre filósofo, pensador y literato todo a una, Emerson , le dice en su carta al joven poeta que:
“No estoy ciego para el valor del magnífico regalo de “Hojas de Hierba”. Lo considero la pieza más extraordinaria de sabiduría con que todavía America no ha contribuido. Soy muy feliz de leerlo, así como las grandes cosas nos hacen felices(…)Te saludo al comienzo de una gran carrera, que ya tiene un largo aliento en alguna parte, con tal comienzo…[2]
La inclusión sin embargo de este franco texto laudatorio en lo que sería la segunda edición del libro, hecho que Whitman está repitiendo sólo un año después, incluyendo esta vez 32 poemas, no fue bien acogido por el Maestro, quien toma el gesto del joven poeta como un acto meramente comercial. A partir de este instante, un malentendido de tal naturaleza va a signar la obra de Whitman, desde el punto de vista de un Emerson, que se resentirá incluso a considerar en una futura antología de poetas noveles norteamericanos al rimador neoyorquino, e incluso llegará a pedirle en su momento que expurgue del texto una nueva inclusión: “Children of Adam” que se sumaría en la edición de 1860 de Thayer y Eldridge en Boston.
Ya para cuando el propio Whitman con sus propias habilidades tipográficas, y su propio peculio además, presenta su primera versión de “Hojas de Hierba”, está convencido, de que la realidad del poeta que en él nace con aquellos versos, tiene en sí mismo un límite que se traduce, en franca asimilación de la realidad que lo envuelve. En su Prefacio a esta iniciática presentación dice Whitman:
“Un individuo (lease, un poeta) es tan estupendo como lo es la nación sólo cuando en el se dan las cualidades que hacen magnífico a ese país. El alma de las naciones más grandes, más poderosas y más sabias debe avanzar la mitad del camino para encontrar esto en sus poetas. Los signos son efectivos. No hay ni temor ni error. Si lo primero es cierto, lo segundo lo es también. La prueba de un poeta es que su país lo absorba con tanta afectividad como él lo ha absorbido.”[3]
Precisamente esta primera andanada poética de este celebrado cantor de la Norteamérica que en su evolución poética no ha conocido hasta ese momento otro estilo como el de este hijo de la costa este, se imbrica no por casualidad, en el caudal que va a estar sucediéndose en el tiempo poético de la nación, con otros no menos celebrados cantores. De esta misma época es otro nombre grande de la poética norteamericana, la casi angelical Emily Dickinson, la dama siempre oculta entre quehaceres domésticos en su Amhearst natal, y de la que sólo un puñado de sus más de 800 textos vieran la luz en su corta existencia, pero cuya reputación como verdadera artífice de los versos cortos y líricos ha trascendido su hora y su siglo.
Para 1855, y precisamente en los estados norteños, florece un sentimiento anti-esclavista del que en su momento se pudiera abundar más en relación con Whitman, [4] un sentimiento, que con todas las implicaciones socioeconómicas que lo justificaban en unos estados norteños más industrializados, hace ya historia en una novela de la misma época: “La Cabaña del Tio Tom”, nacida de la pluma de otro nombre a tener en cuenta en la historia literaria de Estados Unidos, Harriet Beecher Stowes, y publicada justamente en 1851. Otros nombres del mismo periodo ya citado, son sin lugar grandes luminarias ya para este tiempo, citemos a Edgar Allan Poe (1809), a Nathaniel Hawthorne(1804), y a Herman Melville (1819) y quien es verdaderamente contemporáneo de Whitman, pues nació en el mismo año que aquel. Todos verdaderos pioneros de la literatura norteamericana.
Whitman, es entonces dentro de esta pléyade de nombres que hacen trascendente el discurso literario de una nación y de una época, un verdadero innovador si tomamos en cuenta que su discurso poético se hace de una realidad en cierto sentido chocante al ámbito de otras cercanías, y si nos atenemos a lo que la profesora Ana Rosa González Matute acota cuando apunta:
“Las palabras en Whitman son tan airadas y contundentes como su tono discursivo y profético (él siempre pensó que sus poemas debían leerse como plegarias, que debían cantarse, entonarse), y adquieren una gran fuerza a través de la ilación del verso libre.”[5]
De tal suerte, aunque en términos de antecedentes de tal tipo ya hay autores como Coleridge y Blake lo mismo que Emerson, Thoreau y Lowell que ya lo habían intentado desde principios del siglo XX, es con Whitman con quien se estrena tal estilo, de allí que la distinción lo hace todo lo original que se pueda, tal y como sigue acotando la ya citada profesora Matute:
“Le imparte a su poesía un sentido muy preciso, directo, por medio de palabras que abarcan diversos sustratos de la lengua (coloquiales, filosóficos, científicos, neologismos), e incluye frases banales o comunes sobre el tiempo, la naturaleza, los espacios, las ciudades, los animales y él mismo.”[6]
Sin dudas Hojas de Hierba, ese grandioso libro que el poeta fue multiplicando desde sí mismo, y al que añadió la savia inmemorial de un quehacer, constituye una vanguardia de la literatura en lengua inglesa que influirá más tarde como ya veremos oportunamente en más de un poeta de la talla de Sandburg, Pound ó Williams. Echemos pues un vistazo a esos contenidos que fueron haciendo la perfecta floración que hubo de resultar en el tiempo poético de Norteamérica y en lo que sería la vanguardia posterior de la literatura mundial.[7]
Hojas de Hierba un canto a la mismidad y a la diferencia.
No parece exagerado considerar que los versos de Canto a Mí Mismo, con los que en la primera edición el libro se presenta a los ojos atónitos de los lectores de la época del celebrado autor que asume y comparte, sean los más conocidos de su producción. Whitman es consciente que en esa mismidad, en esa cercanía de su ego que parece saltar como cascada de poderosas aguas sobre el abismo de su generación, al que pretende llenar con su hermoso canto. Y a la que por todos los medios intentará redimir de algún modo, o al menos, a la que aspirará no ofender con su verbo siempre como estilete, con su consabida y riesgosa actitud. Dice el poeta:
“Me alejo de los credos y de las escuelas en inercia.
Me alejo un momento, satisfecho, de lo que son, pero nunca las olvido
Me erijo como un puerto del bien y del mal, dejo que hablen sin riesgos…”[8]
Su postura que lo lleva a las antípodas de los cantos ciertamente todavía impregnados del victorianismo más rancio, lo constituye en un ser cuya vitalidad se expresa en un discurso que inaugura un “cosmos” primordial, el mismo del que parece emerger cuando a todo pulmón lo publica en sus versos:
“Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo,
Turbulento, carnal, sensual; comiendo, bebiendo, engendrando,
Ni tan sentimental ni sintiéndome por encima de otros hombres y mujeres,
Ni apartado de ellos,
No más modesto que inmodesto”[9]
Se siente el poeta una continuidad que en sí mismo eternizará los nombres y los aspectos más sugerentes de su yo. Se siente lo suficientemente vital a sus treinta y siete años para echar por tierra una historia que él mismo ha querido destronar, al menos en lo que a las razones poéticas de esa historia concierne. Whitman sabe muy bien que su verbo tiene la potencia del mar desbocado:
“Impulso, impulso, impulso
Siempre el impulso procreador del mundo…. (…)[10]
Mar en brama que levantas tormentas, mar delicado y caprichoso,
Me integro a ti, soy también de una y de todas las formas. [11]
Leer este texto es pasar por el tamiz de la tradición la gran algazara que en tantos y conocidos lugares de la literatura mundial, claman por una sugerente y profunda transformación, al menos desde el ángulo de lo telúrico que hace del esfuerzo una inevitable asociación. Recuérdese por un instante la voz potente del Dios bíblico cuando le pide cuentas a Job y define en ese bello texto una potencia que sitúa en contexto la nimiedad humana:
“Cíñete, pues, de grandeza y majestad,
Vístete de gloria y esplendor;
Da rienda suelta a tu cólera,
Hunde de una mirada al arrogante,
Humilla de una mirada al soberbio,
Aplasta a los malvados donde estén….”[12]
Whitman utiliza de alguna manera esa misma potencia, y la trasunta de manera que su largo estilo versicular nos recuerde que él ahora se definirá como “poeta-dios que lleva en el rostro la plenitud de la prueba de todo lo existente”[13] Todo esto sin caer en la falsía de pretender que aunque su potens poético no eluda las dificultades menos tangibles, su poemática es ya y e sí misma, un discurso incorporado a las realidades de su entorno. No es raro pues que el poeta reconozca que sus alcances tendrán la limitación que el mismo tiempo aciago les comunica, y que dependen de él mismo en una cadena ilimitada de influencias:
“Miro hacia atrás, hacia los días en que me ahogaba en la niebla entre lingüistas y contendientes
No me burlo ni discuto: atestiguo y espero.”[14]
Y espera Whitman que el verso que con que declara su solvencia poética, lo devuelva incólume a la posteridad, y que su nombre sea parte de una savia cuya corriente se enmarca en los senderos de una producción poética que remitirá una y otra vez a su obra. Una savia que como río vital podrá servir para endulzar la vida posterior que el poeta por inevitable perennidad no alcanzará a vivir.
Dice Whitman, con mucha razón, que:
“Apenas podrás saber quién soy o qué quiero decir,
No obstante, seré tu buena salud,
Y purificaré y vigorizaré tu sangre”[15]
Y con tal sentido se escurre desde su enorme ego, el sentido de una pureza que nace precisamente de la decrepitud, de la total abolición de lo que existe, de la fusión con ese Todo que es parte y germen de la existencia. Un todo que sólo se alcanza con la disolución que se hace inminente en una nada, pletórica sin embargo de sentido:
(….) Vierto mi carne en remolino y la arrastro en andrajos.
Entrego al lodo mi cuerpo para que brote con la hierba que amo,
Si has menester de mi, búscame bajo la suela de tus zapatos.[16]
Whitman sabe muy bien que historia de un poeta se cuenta muchas veces en las desolaciones más diversas, que el espíritu precisa desprenderse de toda atadura para volar más libre al espacioso empíreo, al sitio desde dónde difícilmente el sentimiento no deja de tener una ensoñativa dimensión que distingue y da lustre al mejor sentimiento. Por eso no tema la separación, teme más bien el inclemente sentimiento que genera, y declara que siempre podrá ser hallado, lo que consecuentemente limita toda posibilidad de extravío de cualquier género:
“No te desalientes si no me encontrarás,
Si me perdieras en un lugar, búscame en otro.
En algún lugar te espero”[17]
***
[1] En su A Backward Glance o’er Travel’d Roads, ya al final de su vida dice Whitman que “ Miro a Hojas de Hierba, ya finalizada y después de agotar todas sus oportunidades y poderes, como mi definitiva “tarjeta de presentación” para todas las generaciones por venir del “Nuevo Mundo”. La cita recurre a lo que en su momento hubiera dicho Champollion en su lecho de muerte, respecto a su Gramática Egipcia, cuando apuntara: “Sean cuidadosos con ella, es mi tarjeta de presentación a la posteridad” (Citado por el editor de Walt Whitman. Complete Poetry and Collected Prose.v. A partir de este punto todas las citas corresponden a este último.
[2] Ibid.Carta a Walt Walt Whitman de Ralph Waldo Emerson, en Appendix to Leaves of Grass, 1856.
[3] Ibid. p.26.
[4] Las posturas políticas de un Whitman que ya nada tienen que ver a los efectos de los del poeta, al menos tal y como me lo planteo en el presente trabajo, provocan, según nos cuenta la profesora Ana Rosa González Matute, “múltiples comentarios que nos revelan a Whitman como a un imperialista cuya ambición era la de ver a todos los países de la tierra, sometidos a los Estados Unidos, además de ser esclavista y de atacar abiertamente a los que se opusieron a la guerra expansionista con México. De ahí que Borges nos haga notar como los estudiosos de Whitman, al rastrear su biografía en busca del hombre, del norteamericano de idealismos democráticos, del poeta “divino”, sufren una decepción. Por consiguiente surge la duda de si sus ideas sobre la igualdad, libertad y solidaridad no serían tan sólo uno de sus recursos poéticos”. Ana Rosa Matute en Walt Whitman, . Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1990. p. 6
[5] Ana Rosa González Matute en Walt Whitman…op. cit.
[6] Ibid
[7] Apunta la profesora Matute como Whitman “influye, sobre todo, en el futurismo, creacionismo, imaginismo, ultraísmo y en poetas tan diversos como Darío, Martí, Marinetti, Pavese, García Lorca, Apollinaire, Neruda, Huidobro, Ginsberg…
[8] Ibid. p.7
[9] Ibid.
[10] Ibid
[11] Ibid
[12] Job,40 vers 10-12
[13] Ana Rosa González Matute, op.cit
[14] Ibid, IV, p.11
[15] Hojas de Hierba, Walt Whitman. p. 187 (Versión directa e íntegra conforme al texto de la edición definitiva de 1891-1892 a cargo de Francisco Alexander)
[16] Ibid, p.187.
[17] Ibid,p. 187
