Jeffrey Herlihy-Mera
Crear mundos con palabras:
periodismo, literatura y El MercurioTinta regada
1 de enero de 2025
*Escrito para el centenario de El Mercurio.
A menudo el genio literario nace del periodismo. Ambas clases de escritura tratan de un solo tema: contar historias sobre lo que amas.
La superposición de literatura y periodismo ha sido terreno fértil para Gabriel García Márquez, Willa Cather, Ernest Hemingway, Isabel Allende, Djuna Barnes, Roberto Bolaño, Joan Didion, Mark Twain, Lydia Cacho y Mario Vargas Llosa entre muchísimos más. El trasfondo periodístico suele ser la primera fase de la carrera literaria, en parte por razones económicas, pero su huella es definitiva: se ubica al individuo en circunstancias para crear mundos con palabras.
La naturaleza de esos mundos—sus fronteras, sus presunciones, sus implicaciones—se conlleva a la práctica literaria. Pero el periodismo es más que eso, más que preparación para la vocación literaria; participa en contar historias, pero también en otorgarle un sentido de historia a los acontecimientos diarios.
Hay un nuevo Supermaxi en el Vergel: la gente del mercado del Diez de Agosto expresa inquietud. Si el aeropuerto de Cuenca se hace internacional, se aumentarían las ventas, pero ¿qué haría al carácter de la ciudad? ¿Habrá clase en Quichua en las escuelas fiscales? Ya que el tráfico por las tardes es agobiante en el Centro, ¿deberían arreglar el Puente Roto (luego cambiar su nombre)?
Tales interrogativas tocan temas cotidianos y aparentemente superficiales, pero hacen matices importantes hacia la identidad de una ciudad y su comunidad. Leer un periódico a diario es un rito, una ceremonia, un acto de esperanza y de búsqueda, en el que uno crea y recrea sus vínculos con el alrededor. Las palabras en esas páginas son una conexión a informes oficiales y noticias, pero también a vistazos de experiencias vividas, a sensibilidades personales que forman la profunda visión del ser vivo.
Y lo que se encuentra en El Mercurio, en otra escala, es lo que se encuentran en novelas: tragedia, esperanza, olvidanza, ilusión y fracaso – construido por la perspectiva del periodista, y reconstruido por las sensibilidades del lector.
Durante más de un siglo, El Mercurio ha sido la fuente de ese rito cuencano, el pozo de esperanza, pero también de duelo, donde encontramos los nombres de fallecidos tanto como nacimientos; los logros deportivos y detalles de una actualidad que, poco a poco, va haciéndose histórica. El Mercurio ha sido herramienta de la toma de decisiones, compuesta por perspectivas libres y críticas, por gente educada en las universidades locales y lejanas. Su deber, la triangulación de observación, síntesis, aplicación de conocimiento a sus palabras, nos acompaña con el café por la mañana, pero también ayuda a superar las cuestiones vitales del día a día, año a año, y ahora, siglo a siglo.
Si el libro es “una extensión de la imaginación y la memoria,” como dijo Jorge Luis Borges, el siglo de relatos de todo género en el El Mercurio aporta, como bien comenta Carlos Pérez Agustí, es “una búsqueda, un viaje interior” hacia el espíritu de Cuenca.
