Festeja sus 70 primaveras como eterno colegial
Por Mariam Ludim Rosa (mariam.ludim@upr.edu)
Prensa RUM
viernes, 3 de julio de 2020
Nacido tierra adentro, en el Sector Llanada, del barrio Indiera Baja, en Maricao, un 21 de abril de 1929, el ingeniero Antonio Frontera Aymat, de 91 años, celebró 70 años desde que se graduó del otrora Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas (CAAM), ahora Recinto Universitario de Mayagüez (RUM) de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Un correo electrónico de don Antonio, desde su cuenta de Coqui.Net, anunciaba a Prensa RUM el hito histórico del egresado de la siempre dinámica clase graduanda de 1950.
“Mañana se cumplen 70 años de mi graduación del Colegio. Comparto con usted mi satisfacción de poder recordar aquel gran día. Fueron cuatro años de intensa lucha, que empezó en el verano de 1946, con aquel llamado Curso inicial de Matemáticas (Math 100 – 7 credit hours), de 10 semanas de duración”, decía en el correo enviado a principios del mes de junio.
La comunicación despertó interés de Prensa RUM de conocer más sobre la trayectoria del exalumno que desfiló un lunes, 5 de junio de 1950, en la trigésima sexta colación de grados del Colegio. En ese entonces, se graduaron 277 jóvenes: 258 caballeros, entre ellos, Frontera Aymat, así como 19 féminas.
“El Colegio era muy duro en aquellos días. Presumo que ahora también. La lucha no fue fácil, pero valió la pena. Los aspirantes a un grado en Ingeniería en cuatro años, nos tuvimos que someter al curso de Matemáticas de siete créditos en el verano del 46. Entiendo que tal experimento duró solo tres veranos: 45 al 47. Se empezaba con las sumas y restas de los primeros grados. Seguían las fracciones y los porcientos, álgebra y trigonometría, logaritmos, y más. Aquello fue una tortura. En nuestro salón, solo un puñado logramos sobrevivir”, relató.
“Una anécdota que no he podido olvidar, sucedió cuando estábamos en el trabajo de campo de la clase de Agrimensura. Tenía yo el instrumento enfocado en el balcón de una residencia en Miradero, donde compartían varias damas, cuando tocan mi espalda y me dicen: ‘Déjame ver’. ¡Era el profesor Sánchez! Más allá del susto, no hubo consecuencias”, rememoró.
Don Antonio concluyó su bachiller en Ingeniería Eléctrica, lo que le abrió las puertas para una fructífera carrera que inició en la industria azucarera.
“Mi ruta laboral empezó en abril de 1950, cuando fui a entrevista con don Rafael Bermúdez para un trabajo en una de las centrales de la Fajardo Sugar Co. Cuando me pregunta: ‘¿Qué usted sabe?’, me levanto del asiento, le digo que no sé nada, le doy las buenas noches, e intento salir del salón. Él me lo impide y continuó la entrevista. Luego, recibo carta donde me dicen que el trabajo será en la Central de Fajardo, que pase para entrevista con el Factory Superintendent. Unas semanas después de la entrevista, me ofrecen un sueldo de $175 mensuales, más alojamiento en el hotel de la Central. ¡Una fortuna en tiempos que un sello postal costaba tres centavos, y unos 10 centavos la libra de pan! ¡Aceptado! Ya en el trabajo, me dice don Rafael, que me seleccionó porque le dije que no sabía nada. Él era egresado de Cornell University”, recordó.
Recordó que inició funciones cuando la Central se estaba modernizando con calderas nuevas, cambio a azúcar a granel y mejoras a la descarga de vagones, lo que a su juicio fue bueno para un novato. Laboró en el ingenio azucarero por ocho años.
“Durante las reuniones del Capítulo de Humacao, del entonces Colegio de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores de Puerto Rico (CIAAPR), conocí a un supervisor de la Oficina de Administración de Contratos en la Base Roosevelt Roads. Siempre me ofrecía trabajo porque no lograban llenar la vacante de ingeniero electricista. Acepté la oferta en septiembre de 1958, en momentos en que la Base se expandía y aquella oficina administraba muchos contratos”, narró.
“Una anécdota que recuerdo de un contratista que alegaba que el problema del voltaje en un transformador, era deficiencia del mismo, y no de las conexiones. Cuando insistí en verlas, me dijo que estaban bien, que ya él era ingeniero electricista cuando yo nací. ¡Las conexiones estaban mal! El hombre no las había supervisado”, relató.
Tras la renuncia del Director de la Oficina, lo nombraron como interino y más adelante le ofrecen el puesto en propiedad.
“Un antiguo supervisor me ofrece un puesto en el Puerto Rico Branch del Atlantic Division, Naval Facilities Command. Igual paga, pero más notoriedad. Acepto. La oficina atendía las muchas propiedades que tenía la Marina en el Caribe. También, le daba apoyo al Décimo Distrito Naval (Comando), donde estaba localizada. Además del apoyo en ingeniería, la oficina era el contacto del Comando con los pueblos vecinos y con algunas agencias del Gobierno Central. Esta función me llenaba de satisfacción. Yo tenía un puesto en la organización del Comando y asistía a la reunión semanal de sus dependencias. Siempre estuve pendiente a las relaciones con la comunidad, haciendo recomendaciones que fueron adoptadas”, recordó.
“El trabajo en el Puerto Rico Branch era muy satisfactorio, excepto los viajes en helicóptero, algo que me preocupaba. Una tarde, regresamos de un viaje y al día siguiente volveríamos a salir, ¡pero el helicóptero no prendió! Con el pasar del tiempo, cerraron el PR Branch, pero el Comando me retuvo. Me jubilé a fin de año 1988, luego de 38 años de trabajo; 30 de ellos con la Marina”, rememoró Frontera Aymat, quien también obtuvo el rango de Segundo Teniente Comisionado.
Y durante toda esa trayectoria, siempre recuerda con mucho cariño a su amado Colegio. De hecho, la clase graduanda 1950, una de las más dinámicas de la institución, se organizó como una corporación sin fines de lucro en el 1993. Eso sirvió como punta de lanza para producir nuevas memorias, dejar un legado permanente en el Recinto, así como apadrinar a la Clase del 2000.
“Nuestro apadrinamiento a la clase RUM del 2000 fue un acontecimiento único e histórico. Asistimos 103 egresados, más de una tercera parte de la clase CAAM-50”, detalla un escrito que resume la historia de estos incansables colegiales.
Precisamente, la Clase 1950 se encargó de documentar su trayectoria en la Aristotelia clase graduada año 1950 en su aniversario de oro, cuyo precursor fue el ingeniero Santiago Quesada Álvarez. Esta emblemática publicación, editada por el licenciado Antonio Rivera, representó una exhaustiva investigación de ocho años que culminó en el “antes y ahora” fotográfico de un gran número de los pertenecientes a la clase. Asimismo, los escritos de Frontera Aymat, como editor de la revista CAAM 50, dejan para la historia el legado de esta especial clase. Una de las últimas crónicas que publicaron fue de la celebración del 60 aniversario de la clase titulada El Gran Acontecimiento.
Los integrantes de la Clase del 50 también contribuyeron con una escultura denominada Monumento Histórico 2000, una obra de arte contemporánea creada por el artista Julio Suárez. La iniciativa, dirigida por el ingeniero Roberto Torres Zayas, quien también se destacó durante su jornada laboral como planificador, ahora es parte del entorno colegial y está ubicada al costado del edificio Josefina Torres Torres.
“Estimo mucho al Colegio. Siempre pendiente a lo que allí sucede. Orgulloso de ser uno de sus egresados, y muy satisfecho porque todavía lo seguimos llamando ¡Colegio!”, concluyó.