Venció 14 cirugías y una rara condición: ahora celebra su graduación como ingeniero en el RUM
Por Mariam Ludim Rosa Vélez (mariam.ludim@upr.edu)
Prensa RUM
viernes, 27 de junio de 2025
Ángel Luis García Guzmán nació un 24 de mayo de 1999 en el Hospital Bella Vista de Mayagüez. El embarazo de su mamá no anticipaba ninguna irregularidad. Sin embargo, el bebé llegó a los ocho meses e inmediatamente lo entubaron porque sus pulmones no se desarrollaron. Horas después de su nacimiento, fue trasladado en ambulancia aérea al Centro Médico de Río Piedras. Los médicos no aseguraban que viviera, ya que, además del problema pulmonar, presentaba un cuadro muy complicado: la criatura tenía anomalías en las vértebras, un solo riñón, deformidad en la caja torácica y doble intestino.
Fue diagnosticado con el síndrome VACTERL. No es una sola enfermedad, sino un conjunto de malformaciones congénitas, presentes al nacer, que tienden a manifestarse juntas. Es una condición muy rara, ya que se estima que ocurre en aproximadamente uno de cada 10,000 a 40,000 recién nacidos.
De la mano de los cuidados, en sus primeros días de vida, del doctor José González Olmo, pediatra neonatólogo ya fallecido, el bebé fue transferido al Hospital Shriners para Niños, en Filadelfia.
Pasó tanto tiempo en el hospital, que el niño aprendió inglés solo por el entorno que lo rodeaba, y eso presagiaba su brillantez.
Desde recién nacido hasta sus 16 años, Ángel Luis enfrentó 14 cirugías, incluyendo delicadas operaciones para estabilizar sus vértebras con titanio y huesos de cadáver, que no le aseguraban que pudiese caminar.
De hecho, su cuerpo rechazó los objetos extraños, lo que también creaba más incertidumbre sobre si podía recobrar movilidad.
Toda esta historia la relata su mamá, Miriam J. Guzmán Vázquez, quien había obtenido el bachillerato en Educación de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, y dejó a un lado sus aspiraciones de ser maestra para enfocarse 24/7 en la recuperación de su hijo.
Destacó la buena actitud que siempre tuvo su hijo para enfrentar estos múltiples retos, terapias y estadías prolongadas en los hospitales. Ahora celebra con una inmensa emoción verlo graduado del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM).
Ángel Luis fue uno de los 1,720 estudiantes que obtuvieron su grado durante la centésima duodécima graduación colegial. El joven concluyó su bachillerato en Ingeniería de Computadoras, lo que le permitió conseguir un trabajo, antes de graduarse, en Hewlett Packard, en Aguadilla.
“Jamás pensé que llegaría hasta aquí de lejos. La realidad es que ha sido una lucha, día y noche, días sin dormir. He llegado hasta a dormir en el mismo Colegio y todo, en varios salones. Estoy contento de finalmente haber llegado hasta acá”, dijo el nuevo ingeniero de 26 años en entrevista con Prensa RUM.
El joven reflexionó sobre cómo fue enfrentar la vida con su condición. “Es un síndrome súper mega raro, que lamentablemente muy pocas personas logran superar. ¡Soy de los pocos suertudos! El síndrome consiste en anomalías en la espalda y deformaciones en los músculos. Por eso es que me veo como me veo. También se pueden presentar palpitaciones en el corazón. En mi caso, gracias a Dios, solo me dio cuando niño y luego, milagrosamente, se me quitó. A mí me faltaban huesos en la espalda. De hecho, intentaron primero con huesos de cadáver, pero no funcionó. Después tuvieron que entonces ponerme varillas. Por eso camino como medio extraño. De hecho, que yo pueda caminar es un milagro, porque se suponía que no caminase. Tuve una caída cuando niño que, milagrosamente, nada se rompió. Siempre ha sido alguna situación bien complicada. Y voy bien bajo, y de momento, poco a poco, subo y lucho. Están los pensamientos de ‘¿lo lograré o no lo lograré?’; y lo que hago es olvidarme de pensar y simplemente seguir hacia el frente. Así fue como llegué hasta aquí”, explicó, ataviado de su toga verde que confirmaba ese esperado momento.
“¡Siempre quiso ser colegial!”, relató su mamá. Mas su trayectoria escolar no se vio exenta de desconocimiento y falta de ayuda institucional. Sin embargo, Miriam sabía de la capacidad de su retoño.
“A los cuatro años él estaba hablando inglés como si nada. Recuerdo que le mencioné a su papá: ‘Mira, el nene se está comunicando’. Nos sorprendimos muchísimo porque aprendió solo, escuchándolo. Eventualmente, se convirtió en nuestro traductor”, narró.
Luego, a los cinco años, cuando quiso inscribirlo en el kínder, en una escuela ubicada en el barrio Cañas de Mayagüez, la administración mostró resistencia.
“Recuerdo que la directora me dijo que mi hijo no podía estar ahí porque ellos no estaban adaptados al síndrome que él tenía. La maestra rápidamente expresó: ‘Yo no lo voy a cambiar’, porque en esos momentos él tenía colostomía, que ya no la tiene. Les dije: ‘Yo estoy aquí’. Luego, insistió en que tenía que hacerle una evaluación para ver si competía con los demás estudiantes. La miré y le dije: ‘Yo sé quién es mi hijo y sé que puede’. Cuando lo evaluó, su capacidad era de un niño de tercer grado, ya que él sabía leer, sumar, restar y hasta multiplicar. Al ver esto, la directora se disculpó”, recordó.
A Ángel Luis le dedicaron esa, su primera graduación de kínder. De allí, pasó al Centro Espibi, una instalación educativa y de rehabilitación que operó en Mayagüez para niños con diversidad funcional.
Ya en cuarto grado, lo transfieren a la escuela Rafael Martínez Nadal. La directora, que había sido compañera de estudios de Miriam, tampoco sabía de ese síndrome y lamentó que el plantel escolar no contara con asistente de educación especial, conocido como T1.
“Le dije: ‘Yo estoy aquí’. Así que fui la T1 de mi hijo. Estuve con él todo el tiempo, desde que empezó hasta sexto grado. Lo ayudaba con su movilidad, porque no podía cargar su mochila. Tenía que usar un body jacket para protegerle los huesos. A veces yo misma tenía que cateterizarlo, ayudarlo a ir al baño. Y, aun siendo T1, también ayudaba a las maestras, que eran mis compañeras de universidad», recordó.
«Mi hijo siempre tuvo una fuerza increíble. Aunque usaba bastón, siempre decía: ‘Mamá, yo no necesito esto, yo puedo hacerlo’. Y así fue como pasó de estar en silla de ruedas, a usar andador, y luego bastón. Aunque su movilidad era limitada, él se negaba a depender de los equipos. Yo lo veía jugar con otros niños, y a veces eran ellos quienes le ayudaban, pero él quería hacer todo por sí solo”, añadió.
Destacó que el niño se graduó con 4.00 de sexto grado y pasó a la Escuela Intermedia José Gautier, que sí contaba con los servicios de asistente de educación especial, quien lo acompañó en toda esta jornada, de la que también se graduó con honores de noveno grado. Luego pasó a la vocacional Dr. Pedro Perea Fajardo, donde concentró sus estudios de escuela superior en la especialización de electrónica, y también concluyó con honores. De hecho, él hubiese preferido ir a CROEM, pero todavía Miriam no estaba lista para ese paso que requería hospedarse en el centro educativo.
Su próximo paso: ¡ser colegial! Como mamá al fin, a Miriam le preocupaba su seguridad en este nuevo camino, pero él le aseguraba que iba a estar bien y que podía. De todas maneras, ella seguía sus pasos desde la distancia.
“Lo acompañé en todas sus etapas escolares. Una vez en el Recinto, a veces me iba en el trolley, callaíta para vigilarlo. Por supuesto, a él no le gustaba y me decía: ‘Tengo que aprender’, pero de todas formas lo hacía”, relató.
Fue en el 2017 que Ángel Luis ingresó al Recinto por Agrimensura. Pronto se dio cuenta de que eran otros sus intereses.
“Jamás pensé que estaría en Ingeniería de Computadoras (ICOM). Siempre había querido estar en el Colegio e inicié en Agrimensura, algo completamente diferente. Jamás me imaginé en el edificio donde dan clases de ICOM, y que me podía graduar. Ni mucho menos conseguir un trabajo y en Hewlett-Packard, que es una compañía de las grandes. Ha sido bendición, tras bendición, tras bendición. También con su lucha, tras lucha, tras lucha. Cuando hice mi proyecto de Capstone, hasta tuve que quedarme par de días durmiendo en el salón. A pesar de todos los retos, las tribulaciones, es cuestión de tener la mentalidad de: ‘Vamos a seguir hacia el frente, sin importar qué’. Creo que eso es lo importante”, puntualizó el joven.
De hecho, en su jornada universitaria, que coincidió con huracanes, temblores y pandemia, también tuvo la experiencia de hacer internados y participar en el Plan Coop, en Estados Unidos, tanto en General Electric como en Texas Instruments. Esas oportunidades le permitieron adquirir el Volkswagen de sus sueños.
Durante la centésima duodécima graduación colegial, la emoción de Miriam era evidente.
“En su nacimiento no me dieron mucha esperanza de que viviera. Luego dijeron que no iba a caminar. Confié mucho en Dios y decidí acompañarlo en todo su camino. No acepté trabajar, aunque tuve ofertas, porque yo sabía que iba a llegar lejos. ¡Me gocé mucho su graduación!”, dijo mientras se le quebró su voz. “Yo le digo: ‘Si quieres ir a la luna, estaré allí contigo’ ”, enfatizó.
¿Qué representa para ti esta meta alcanzada?, le preguntó Prensa RUM a Ángel Luis.
“Yo diría que es resiliencia. En el Colegio ha pasado de todo. Tuvimos el huracán María, los terremotos, pandemia. Estuve sin luz como seis meses aquí en Mayagüez. Han sido ocho años muy interesantes. No ha habido ni un solo año donde algo alocado no haya pasado. A pesar de todo eso, uno lo que hace es seguir. Si uno se quita, no va a saber si lo va a lograr o no. La única manera de hacerlo es seguir intentando y seguir escuchando. Eso es lo que define a un colegial, aparte de cualquier otro Recinto: esa resiliencia que tenemos”, concluyó.