Voces de 1975: Historias y vivencias con cinco décadas
Por Mariam Ludim Rosa Vélez (mariam.ludim@upr.edu)
Prensa RUM
viernes, 13 de junio de 2025
Puerto Rico vivió entre 1970 y 1975 un periodo de transición marcado por importantes cambios políticos, retos económicos derivados de la crisis del petróleo, una creciente migración de familias hacia Estados Unidos, intensas huelgas estudiantiles en la Universidad de Puerto Rico (UPR) y, con ello, un auge del activismo social y un resurgimiento cultural.
En ese contexto se forjó la sexagésima primera Clase Graduanda del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM), que desfiló el 31 de mayo de 1975 en el Coliseo Rafael A. Mangual, e hizo historia al ser la primera vez que la ceremonia se celebró en esa instalación. Hasta entonces, el acto se realizaba en el Gimnasio Ángel F. Espada. Estuvo compuesta por 1,302 jóvenes: 835 varones y 467 féminas.
Hoy, a 50 años de aquel momento inolvidable, entre recuerdos y vivencias, regresaron con emoción a su alma mater y al Coliseo, esta vez como padrinos y madrinas de la centésima duodécima graduación colegial.
¿Y qué recuerdan del Colegio de esa época? Prensa RUM tuvo la oportunidad de dialogar con el ingeniero Catalino Salas Quintana, la tecnóloga médica Milagros De La Cruz Cordero y el profesor e ingeniero Ismael Pagán Trinidad, quienes relataron parte de sus vivencias de esos tiempos.
“Era un poco engorroso y difícil, porque no teníamos la facilidad de una calculadora. Todo se hacía con el slide rule y las aproximaciones también. No era sencillo. A veces, los exámenes tomaban mucho tiempo porque había que hacer multiplicaciones con varias cifras, y eso complicaba los cálculos. Sin embargo, fue interesante. La enseñanza fue de alta excelencia y aprendí mucho”, recordó Salas Quintana, quien se graduó de Ingeniería Eléctrica.
Por su parte, De La Cruz Cordero, quien obtuvo un bachillerato en Ciencias, con una certificación en Tecnología Médica, contó que tuvo que adaptarse a los textos en inglés.
“Cuando vine al Colegio y vi el Recinto, me encantó. Para mí fue un mundo. Todo lo que encontré aquí fue completamente nuevo. La experiencia enfrentarme a libros de Química y Física en otro idioma fue fuerte, porque estaba acostumbrada a los libros en español. Teníamos que traducirlos y nos sentábamos en grupo a trabajar los capítulos. En esa época, el nivel de inglés que traíamos era limitado. En la escuela superior teníamos tres días a la semana, una hora nada más, y casi todo era gramática. En eso yo era buena, pero no era lo mismo tener que comprender capítulos completos, conectarlos y estudiarlos. A muchos se nos hizo cuesta arriba. Había compañeros de Costa Rica y Colombia que traían libros en español y, cuando podíamos, leíamos esos capítulos para entender los temas y poder sobrevivir en las clases. ¡Sobrevivimos!”, narró.
Asimismo, compartió la peripecias de llegar del sur de la isla hasta la Sultana del Oeste.
“¡Venir de Ponce al Colegio podía tomar dos horas y media! Los que veníamos de allá teníamos que montarnos en el carro público e ir plaza por plaza: Peñuelas, Yauco, Guayanilla, Sabana Grande, hasta San Germán. Desde San Germán hasta acá era la única parte más directa, como la carretera militar, sin tantas curvas ni monte. Yo me hospedaba en Mayagüez, pero no me quedaba todos los fines de semana. Solo viajaba a Ponce una vez al mes, cuando llegaba la beca. Me quedaba tres semanas corridas y en la cuarta regresaba”, recordó.
Mientras, Pagán Trinidad, natural de Ciales y egresado del Departamento de Ingeniería Civil (INCI), reveló que fue becado en deportes pero optó, durante ese primer año, por concentrarse en los estudios.
“A mí me ofrecieron beca en béisbol y en voleibol, pero cuando llegué al Colegio, me di cuenta que el estudio era más que suficiente. Tenía beca legislativa, y con $75 dólares se pagaba la comida de un mes y el hospedaje. El cambio fue grande, al llegar aquí, la cultura era muy distinta a la de escuela superior. A pesar de que yo venía de un programa intensivo, que nos hizo graduarnos un año antes y tomar más cursos, el ritmo en el Colegio era otra cosa. Era una continuación, pero mucho más exigente”, afirmó.
Agregó que el curso más difícil fue el de Matemáticas. “Entré a Cálculo I, pero pedí que me bajaran a lo que se llamaba 107, un precálculo de cinco créditos en un semestre. Era extraordinariamente intensivo, pero gracias a Dios, porque esa fue la base de la ingeniería. Uno iba aprendiendo esa cultura. Luego que me estabilicé en el primer año, en el segundo regresé al béisbol. Y jamás me quité pero también me dediqué con seriedad a los estudios. Mientras no tuviera que viajar los fines de semana, estudiaba”, agregó.
Todos coincidieron en que el recinto mayagüezano de la UPR les brindó las herramientas para su sólida trayectoria profesional.
“Esa fue mi base fuerte. Los grados que obtuve en el Colegio me llevaron a desarrollarme en el campo de la ingeniería, específicamente en la civil y la eléctrica. La compañía que dirijo actualmente ofrece servicios profesionales en el área de inspección, principalmente con la Autoridad de Acueductos. También he trabajado con varios municipios, como Mayagüez, Cabo Rojo y Hormigueros. Ese fue uno de mis empleos principales dentro del gobierno. Además, he tenido experiencias en empresas privadas, donde participé en proyectos de diseño e inspección. Esa ha sido, en esencia, mi trayectoria. Lo que estudié en el Colegio fue el eje de todo lo que he hecho; la base sobre la cual he construido mi carrera profesional”, narró Salas Quintana, quien además relató su paso por diversas entidades del sector tecnológico, incluyendo ser consultor de FEMA, así como su regreso al Colegio para estudiar un segundo bachillerato en INCI, y la fundación de su empresa Salas Engineering Technology.
A De La Cruz Cordero, la eduación recibida le abrió las puertas para el campo laboral y ser propietaria del Laboratorio Clínico Hormigueros, que operó por 42 años.
“Lo dirigimos por más de cuatro décadas. Fue una vida de trabajo con satisfacción, y ya era hora de pasar la página. Pero lo que recibí aquí me acompañó siempre. Fue un mundo nuevo que me transformó», señaló.
En el caso de Pagán Trinidad, su ruta se consolidó en la docencia e investigación. Fue director del Departamento de Ingeniería Civil y Agrimensura por casi tres décadas, participó activamente en la formación de programas doctorales, y lideró procesos como el desarrollo del curso Capstone y la internacionalización de competencias estudiantiles.
«He enseñado más de 20 cursos diferentes. Cada semestre era un nuevo proyecto. La educación aquí es intensiva, integral y te obliga a prepararte continuamente, como si fueras un estudiante. Eso me acompañó toda la vida», afirmó.
Las anécdotas de antaño también estuvieron presentes. Una de ellas fue que Salas Cordero y De La Cruz se conocieron por la palabra torque y desde entonces no se han separado porque en diciembre cumplen 50 años de casados.
“El año antes de yo terminar, una compañera y yo estábamos estudiando Física, y no lográbamos resolver un problema. El libro estaba en inglés y el tema era torque. Yo me preguntaba: ‘¿Pero qué es torque? ¿Qué significa eso?’ No entendíamos la palabra y no podíamos resolver el problema. Frente a nosotras había un estudiante con una libreta, y le dije a mi amiga: ‘Mira, ese debe ser de ingeniería, a lo mejor nos puede explicar qué es torque’. Cuando levantó la cabeza, le preguntamos y él nos dijo: ‘Claro que sí, ¿cómo no?’ Sin dudarlo, tomo una silla, se sentó en el medio de nosotras y nos ayudó a aclararlo. Nunca se nos olvidó. Fue muy gracioso, porque nos dio una clase completa. Desde ese día, el torque me salía hasta en la sopa, lo encontraba por todos lados. Creo que como al año, más o menos, nos hicimos novios. Yo terminé antes que él, porque en Tecnología Médica nos dieron el diploma en diciembre del 74, aunque la práctica se extendía casi hasta septiembre. La graduación oficial fue en el 1975. Él todavía estaba en el Colegio, y tuvimos la suerte de desfilar juntitos. Y aquí estamos”, relató De La Cruz Cordero.
Los egresados dorados compartieron palabras para esta nueva cepa de graduados, la clase del 2025.
«Hay que trabajar duro, porque fácil no es, pero el resultado llega», afirmó Salas Cordero.
«Lo que vayas a trabajar, hazlo con amor y compasión. No mires el símbolo de dólares. Trabaja con sentido, con vocación. Que cuando llegues a los 50 años de trabajo puedas decir que lo viviste con gusto», agregó De La Cruz Cordero.
«No importa si te tardaste cinco o siete años, o cuál fue tu promedio. Si te graduaste de aquí, tienes todo el potencial para ser extraordinario. Ocupa las oportunidades que lleguen. No te sientes a esperar la perfecta. Tienes que estar disponible para servir. Nosotros no somos individuos ni departamentos. Somos una institución que pertenece al país. Eso hay que llevarlo con humildad y con responsabilidad», puntualizó Pagán Trinidad.
La participación de los padrinos y madrinas es coordinada por la Oficina de Exalumnos y Filantropía.
“Cada uno de ellos representa una historia de superación, compromiso y un profundo amor por la educación y por nuestro Colegio. Su regreso al campus conecta generaciones en un solo espíritu colegial. Al compartir sus vivencias con los estudiantes actuales, tienden un puente de inspiración y orgullo que reafirma lo que significa tener cría colegial. Nos alegra y nos conmueve profundamente ser parte de este encuentro que celebra la memoria institucional”, concluyó Carmen Patricia Parés Parés, directora de la mencionada Oficina.