Silverio Pérez cumple 50 años de graduarse del Colegio
Por Javier Valentín Feliciano (javier.valentin@upr.edu)
Prensa RUM
viernes, 3 de julio de 2020
El artista puertorriqueño Silverio Pérez se ha destacado como humortivador, escritor, cantante, presentador de televisión y activista, entre tantas otras facetas, por lo que se puede decir que es un artífice en su máxima expresión. Sin embargo, a este jibarito del campo guaynabeño, el destino lo condujo en agosto de 1965 a comenzar estudios en el Recinto Universitario de Mayagüez (RUM), en aquel momento conocido como el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas (CAAM). Con la llegada del 2020, que tantas vicisitudes ha traído al país, se cumplen 50 años de haberse graduado del alma mater que le rememora un periodo inolvidable de su vida.
De su trayectoria universitaria repleta de sueños, se ha escrito muy poco. Es por eso que, en celebración de sus cinco décadas como egresado colegial, Silverio conversó con Prensa RUM sobre sus inicios, desde que dejó el barrio Mamey de Guaynabo, su recorrido por el campus mayagüezano de la Universidad de Puerto Rico (UPR) y su vida en la Sultana del Oeste.
Una vez se graduó de la escuela superior Margarita Janer Palacios, en donde despuntó en sus inicios artísticos, solicitó ingreso al Colegio de Mayagüez. No obstante, tenía una disyuntiva, pues consideró encaminar sus pasos como sacerdote. Sus dudas se disiparon cuando recibió la carta de admisión al RUM y decidió convertirse en ingeniero químico. Según reveló, es una decisión de la que jamás se ha arrepentido y que lo ayudó a formarse en el ser humano que hoy en día, todos conocen.
¿Qué te motivó a estudiar en el Colegio?
Llegué a Mayagüez por casualidad, porque en el barrio donde me crié no conocía a nadie que hubiese ido a la universidad. No tenía acceso a esa fuente de información. Me convertí en lo que se conoce como la primera generación que logra un grado de bachillerato. En la escuela superior, una maestra se acercó a mi mamá y le dijo que por mis notas yo podía entrar a la universidad. Para ella fue una sorpresa, porque no era un asunto que estuviese en su mente. Ingresé al Colegio en agosto de 1965, inolvidable fecha porque resultó como ir a otro país. Fue una experiencia totalmente distinta. Lo narro en detalles en el libro Solo cuento con el cuento que te cuento, porque esa semana de prepa fue una de las vivencias más significativas.
¿Cómo fue tu año de prepa?
Para mí significó una ventana a un mundo de conocimientos; el logro de mi primera gran meta. Fue el que marcó que este jibarito del barrio Mamey de Guaynabo, sin ninguna probabilidad de tener acceso a la educación universitaria, pudiera servir de ejemplo para otros en mi comunidad y en mi familia, pues ya tengo tres de mis sobrinos graduados de Mayagüez. Estoy sumamente orgulloso de que la vida me diera la oportunidad de abrir esos caminos para otra gente. Durante mi primer año, me hospedé en la Residencia dentro del Colegio, ahí conocí lo que era un proctor, que era un estudiante de cuarto año, a cargo de un piso. En ese lugar, compartí con estudiantes que venían de otras experiencias sociales y económicas, todos en un mismo cuarto, donde se acomodaban hasta ocho literas. La primera noche, a uno de ellos se le ocurrió ir al pueblo, para ver en dónde nos podíamos comer un sándwich. Salimos caminando del Colegio hasta el centro de Mayagüez y llegamos a la panadería Ricomini, que todavía existe. Tener esa experiencia de visitar una ciudad de noche fue nueva para mí, porque ni en Guaynabo yo caminaba a esas horas. Me sentía como en otro país, honestamente. Era una emoción indescriptible.
En segundo año, te mudaste al lugar donde viviste hasta tu graduación, háblanos sobre esa experiencia.
Me hospedé en la calle Juan Morel Campos, número 7, en un hospedaje que me pagaba la beca y que lo rentaba doña María Castelló, conocida como doña Meri, y que se convirtió en una madre para mí. Allí viví durante cuatro años. Conocí a la señora del hospedaje del frente que se llamaba doña Luisa, que era la abuela de Wilkins. Una vez, él vino de joven a casa de su abuela y se unió a las bohemias que hacíamos en casa de doña Meri. Un día hasta nos acompañó al cine San José, que quedaba por la calle Méndez Vigo.
¿Qué otras personalidades conociste durante tu estadía en el RUM o aquellas personas que se convirtieron en profesionales importantes para el país?
Conocí a Fufi Santori, padre de mis amigas Mara y de Margarita, que ha estado vinculada al Colegio de Mayagüez por muchos años. Tenerlo como maestro, fue un gran descubrimiento. Cuando estudiaba, el Rector era el doctor José Enrique Arrarás, quien luego entró en el campo de la política. Fue un ejemplo de lo que era un profesor que conectaba con el estudiantado. A la periodista María Celeste Arrarás, una figura importantísima en los medios de comunicación, la conocí de niña jugueteando por el área del estanque. También conocí a quien posteriormente fue Rector, José Luis Martínez Picó, a don Fred Soltero Harrington, personas que luego ocuparon otras posiciones en el país y que formaron parte de esa comunidad universitaria. Mi compañero de aventuras poéticas y musicales, fue el licenciado Efrén Rivera Ramos, quien posteriormente ocupó el puesto de Decano de la Escuela de Derecho de la UPR en Río Piedras, y sigue siendo mi amigo, además de que es considerado como uno de los más respetados constitucionalistas de Puerto Rico. Estudió conmigo el fenecido Elliot Castro, que luego se destacó como deportista, reportero de televisión, escritor de deportes y fue mi compañero en luchas estudiantiles, en el Consejo de Estudiantes, en huelgas y todo lo que te puedas imaginar de experiencias universitarias. Además, fui amigo de Wilfredo Maisonave, que todavía sigue siendo profesor y quien estableció récord panamericano en salto a lo largo.
Háblanos sobre tu incursión en el mundo deportivo
Para aquel entonces, me iniciaba como atleta en ese mismo año y en ese deporte. Bajo la tutela de mi maestro de educación física, Alejandro “Junior Cruz”, quien luego se convirtió en el alcalde de Guaynabo, en la escuela superior yo hacía unos saltos a lo largo, que no eran otra cosa que una reproducción de los saltos de quebrada que yo hacía en el barrio donde vivía. Tenía que saltar de una orilla a otra y desarrollé esa habilidad. Parecía que mis pasos eran considerablemente buenos y buscando una excusa para tener una beca, él me recomendó como atleta. En esa primera semana de prepas, fuimos convocados por el director atlético, el profesor Nolan “El Brujo” Comas y cuando le tocó el turno de hacer su primer salto a Wilfredo Maisonave, me percaté de inmediato que yo no tenía nada que buscar en el atletismo. Después de esa experiencia, me fui al coro a pedir una beca, que me la concedió el profesor Celso Torres, una leyenda puertorriqueña, gran intérprete de danzas y director del Coro de la legendaria Banda del Colegio.
¿Cómo fue esa experiencia de pertenecer al Coro del Colegio?
Desde la escuela superior en Guaynabo y a través de un coro dirigido por la profesora Bocanegra, empecé a experimentar el fascinante mundo de la música. En mi libro autobiográfico, cuento que un tío mío me regaló un cuatro, un 6 de enero, Día de Reyes. Por ahí empezó mi interés por la música, que se expandió en la escuela superior, al entonces conocer algunos compañeros que tocaban guitarra, hicimos un trío. El coro de la escuela superior fue significativo y cuando llego a Mayagüez, en la sección de Actividades Sociales y Culturales, que estaba en el Centro de Estudiantes, se genera la idea de que se creara un grupo musical llamado Ars Nova. Por ahí empezó, con el coro y la Tuna, mi disfrute de la parte artística, posiblemente más que la académica. Así que cuando me gradúo en el 1970 y me caso con Roxana Riera, quien también era estudiante universitaria y cantante, ambos empezamos a cantar canciones de protesta dentro del ámbito histórico que se estaba dando en ese momento. Eran los sucesos de los años 70, como la Guerra de Vietnam, al igual que el desarrollo de la nueva canción en toda Latinoamérica. En aquel mismo año, para el 4 de marzo, ocurre el asesinato de la estudiante universitaria Antonia Martínez Lagares en Río Piedras, a manos de la policía. Al año siguiente, cuando se conmemora el año de su muerte, Roxana y yo debutamos en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico, junto con otros artistas, en una actividad de conmemoración, donde Antonio Cabán Vale, conocido como El Topo, interpretó su famosa canción Antonia.
¿Qué hiciste una vez te gradúas del Colegio en el 1970?
Comencé a trabajar en la petroquímica Caribbean Gulf, en Cataño, como ingeniero de Procesos, donde permanecí por espacio de cuatro años. Luego, dirigí una sección en el control del agua potable, adscrita al Departamento de Salud. Finalmente, pasé dos años como asesor de una organización ambientalista llamada Misión Industrial, donde hacíamos estudios relacionados con impacto en el ambiente de proyectos que se estuviesen gestando en ese momento. Recuerdo con mucha emoción, que me tocó una encomienda relacionada con las minas de cobre en el área del centro de la isla y creo que contribuimos con nuestros estudios a que se derrotara un proyecto que iba a ser nefasto para el país.
Usted ha sido un férreo defensor de la educación pública, en especial de la formación universitaria que proveen los once recintos que pertenecen a la Universidad de Puerto Rico.
Yo defiendo tanto a la Universidad de Puerto Rico, porque creo firmemente que es el proyecto social más importante en la historia de nuestro país, que haya impactado la vida de los puertorriqueños de una forma tan contundentemente y positiva. Mientras hablo contigo, me siento conmovido emocionalmente porque percibo que la intención de la Junta de Control Fiscal y la dejadez de quienes administran la cosa pública, podría causarle un daño irreparable a la institución. No hay futuro en nuestro país, sin una sólida universidad del estado y esto lo tenemos que defender los que hemos vivido la experiencia universitaria, como también aquellos que no la hayan vivido, pero que se han beneficiado de los profesionales que salen de la UPR. Esto me recuerda cuando fui a llevarle comida a los estudiantes en huelga, que también me remonta a otra experiencia cuando estaba estudiando en Mayagüez y se dio una famosa huelga en los años 60. Elliot Castro, Efrén Rivera Ramos y otros líderes estudiantiles del RUM, nos solidarizamos con una huelga de hambre que había en la rotonda del Recinto de Río Piedras. Decidimos que la mejor forma era hacer un relevo de caminar y correr desde Mayagüez, saliendo a las 8:00 de la noche del campus con atletas que corrían un tramo y cuando se cansaban venía otro y los sustituían. Nos correspondió caminar unas 3 millas a partir de las 2:00 de la madrugada y finalmente a eso de las 11:00 de la mañana llegamos para expresar nuestra solidaridad con los estudiantes en huelga. Para mí, eso fue una actividad épica y mi amor por la Universidad no ha cesado y mi compromiso con defenderla irá hasta el último momento de mi existencia, porque jamás en mi vida podré devolverle todo lo que la Universidad hizo por mí.
¿Qué le recomiendas a las nuevas generaciones de universitarios que tienen los mismos sueños que tú tuviste y que están enfrentando los retos, que en estos momentos vive el país?
Quiero recalcar en la importancia de la Universidad. La comunidad universitaria no puede seguir en una burbuja, observando lo que sucede, mientras nos desmantelan el proyecto social más importante que es la Universidad de Puerto Rico. Tienen que manifestarse, levantar sus voces, antes de que sea tarde. Quiero cerrar esta hermosa entrevista, que agradezco de todo corazón, diciendo que yo no soy la persona que soy, ni hubiese aportado nada a mi país, si no hubiese sido por mi experiencia universitaria, en mi amado Colegio de Mayagüez y porque de ahí me condujo a terminar una maestría en Creación Literaria en la Universidad del Sagrado Corazón, luego paso al Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe en el doctorado en Historia. El ser humano viene para aprender y para sacarle el jugo a esta experiencia que es la vida. La universidad es la opción más fácil y accesible para desarrollar la mente y el espíritu sobre el conocimiento del arte. Es poco lo que uno puede decir en un mundo tan cambiante como este. Si yo fuera a analizar desde mi experiencia, que posiblemente sea muy distinta, diría que hay que exprimir como si fuera un trapo con agua, vivir cada momento, aprender de todo lo que se pueda aprender. Son años que no importa las décadas que pasen, uno va a mirar con añoranza y siempre va a pensar que pudo haber aprendido más.
Silverio anticipó que se encuentra en el proceso de selección de sus columnas periodísticas publicadas en el periódico El Nuevo Día, desde el 2000 hasta el presente, para compilarlas en un libro impreso. Además, está en conversaciones para un próximo proyecto televisivo, y continúa sus transmisiones en directo a través de su página de Facebook, proyecto que desde que comenzó la pandemia ya suma más de 80 programas y cuenta con una audiencia de alrededor de 2 mil seguidores.
En la segunda parte de esta conversación, que se publicará próximamente, el insigne colegial hablará sobre sus nuevos proyectos, su incursión en la televisión, su trayectoria en la agrupación Haciendo Punto en Otro Son y en Los Rayos Gamma, su amistad con el recordado cantante Tony Croatto, así como su testimonio como sobreviviente del cáncer.