Recordando a Mangual
Por Mariam Ludim Rosa Vélez (mariam.ludim@upr.edu)
Prensa RUM
viernes, 24 de junio de 2022
Descubrió su vocación de educador muy temprano en su juventud. Ese llamado le impulsó a tomar medidas extraordinarias en pos de sus metas. Nacido un 12 de septiembre de 1912, Rafael A. Mangual, quedó huérfano a sus 13 años. La situación provocó que se mudara con una de sus hermanas en San Juan. Allá completó su escuela superior en la entonces conocida como la Central High, donde obtuvo un promedio de excelencia. El esposo de su hermana, el doctor Suárez, primer inmunólogo de la isla, insistió en que estudiara Medicina. Sin embargo, Mangual tenía otra profesión en mente: ¡quería ser maestro!
“Ellos (su hermana y esposo) lo desheredaron. Él se sacó una muelita que tenía con un enchape de oro, la vendió, se montó en un barco, se fue hasta Santo Domingo, de allí a Haití, luego a la Florida, cogió pon hasta Louisiana, hasta llegar a Baton Rouge a Louisiana State University. Se matriculó sin dinero, él dormía en la YMCA, en la Fraternidad de latinos en la que estaba”.
Esta experiencia la cuenta el doctor Pedro Rafael Escalona Loubriel, egresado colegial de la clase de 1979, y nieto de Mangual, con quien tuvo una relación muy cercana hasta que el educador falleció el 18 de agosto de 1977, precisamente, tras nadar en una de las piscinas de su querido Recinto Universitario de Mayagüez (RUM).
Y es que luego de ir tras su pasión, en contra de viento y marea, Mangual llega el Colegio para laborar como entrenador y, más adelante, como Director Atlético, función en la que se desempeñó del 1940 al 1973.
La reubicación del busto de Mangual, al costado del Coliseo que lleva su nombre, sirvió de espacio ideal para recordar la gesta de deportista, educador y entrenador colegial, quien acuñó el lema de antes, ahora y siempre… Colegio, así como la expresión de sangre verde.
“Tengo muchos recuerdos. Viví mi infancia y adolescencia cerca de él. Fui atleta, tiraba el martillo, y él me acompañó a la Juegos Centroamericanos Juveniles, y representó al equipo. También aprovechaba cualquier oportunidad para educar. Por ejemplo, a veces veníamos a la piscina del Colegio y de momento él estaba enseñándole a alguien a nadar. Algo que atesoro es que valoraba mucho la amistad y las personas”, agregó Escalona Loubriel.
Por su parte, el profesor Wilfredo Maisonave Oriol, una gloria del deporte puertorriqueño y colegial, también cruzó caminos con el insigne entrenador.
“Recuerdo su disciplina, caballerosidad, nos dejó el antes ahora y siempre… ¡Colegio! Igualmente, tenía de lema las tres C: cría, Colegio y coraje. Fue un gran ejemplo a seguir. Además, gestó el Departamento de Educación Física (ahora conocido como Kinesiología). ¡Dejó un legado extraordinario para mí, para el Departamento y para el Colegio! Fue la luz para hacer las cosas correctamente. Con él había que tener transparencia porque era una persona de mucha entereza”, rememoró Maisonave Oriol.
En el evento, organizado por la Oficina de Exalumnos y Filantropía del RUM, también se reconoció el rol del Decanato de Administración en embellecer el área conmemorativa que acoge la escultura del insigne colegial.
“Hoy mostramos el nuevo lugar donde está el busto del profesor Rafael A. Mangual. Lo movimos por razones técnicas y reglamentarias, pero lo veo como una oportunidad muy bonita de recordarlo y reflexionar sobre su vida, su obra y el legado que ha dejado aquí en el RUM: desde asuntos que tienen que ver con programas de Educación Física, el complejo deportivo, y nuestros equipos de competencia, el profesor fue instrumental en eso y fue reconocido poniéndole al Coliseo su nombre. Cuando vemos y reflexionamos sobre su vida, nos damos cuenta que decir que somos del Colegio, en mucho se lo tenemos que agradecer al profesor Mangual. Desde nuestra frase célebre de antes, ahora y siempre… ¡Colegio!, hasta la inyección de sangre verde. Dedicó su vida profesional a nuestra institución y deja un legado que todos celebramos”, concluyó el doctor Agustín Rullán Toro, rector del RUM.
La escultura conmemorativa de su gesta y su respectiva tarja fue donada en 1984 por un grupo de exalumnos y amigos del recinto mayagüezano de la Universidad de Puerto Rico (UPR).